OPINIÓN

Edurne Pasabán, así de sencillo

mallorcadiario.com

José Manuel Barquero | Domingo 01 de diciembre de 2024

Sorprende la finura de unas manos sometidas durante años a tantas penurias. Se mantiene delgada, y de cerca es más alta de lo que aparenta en los documentales que ha protagonizado, y que hoy podemos encontrar en Youtube. Hay que fijarse bien para distinguir una pequeña singularidad en esa anatonomía que aún se adivina fuerte y fibrada. En la parte delantera de sus pies, donde acaban los empeines, se forma un bulto extraño. Necesita unas plantillas especiales, y las deportivas que luce, de un blanco impecable, no pueden disimular una leve deformidad provocada por la amputación de un dedo en cada pie. Lleva años dando conferencias para empresas, pero, momentos antes de subir al escenario, se removía nerviosa en la butaca. Ayer, Edurne Pasabán hizo llorar a medio auditorio del Trui Teatre en Palma, y, cuando nos íbamos recuperando, se puso a llorar ella.

Edurne explicó que siendo adolescente se apuntó con dos amigas a un club de montaña en su pueblo, Tolosa, porque les gustaba el monitor. Al chico no se lo ligaron, pero ella se enganchó a las montañas y encontró su camino hasta convertirse en la primera mujer que hizo cima en los catorce ochomiles del mundo. Necesitó cuatro intentos para lograr el primero en 2001, el Everest. Lo contó con humor, sin dramas. No tuvo que explicar nada sobre superación personal, perseverancia, resiliencia, caerse y levantarse… En cuarenta y cinco minutos de charla no necesitó pronunciar esas palabras ni una vez, pero todo el mundo captó el mensaje por la vía del ejemplo. Así de sencillo.

Financió sus primeras expediciones vendiendo lotería y camisetas a sus amigos, hasta que, en 2004, una llamada de Sebastián Alvaro le cambió la vida al ofrecerle subir el K2 con el equipo de Al filo de lo imposible, el mítico programa de TVE que durante más de dos décadas mantuvo fascinados a millones de espectadores, entre los que me incluyo. A partir de ese año, existen grabaciones de todas las gestas protagonizadas por Edurne Pasabán en el Himalaya.

La tolosarra ha participado en 26 expediciones a la cordillera más alta del mundo. Su figura, enfundada en monos térmicos de pluma, sale en documentales filmados en algunos de los lugares más bellos y salvajes del planeta. A menudo, el escenario detrás o delante de ella consiste en salidas o puestas de sol de una intensidad surrealista. Aparece con sus crampones y piolets clavados en inmensas paredes de hielo azul, con serács amenazantes colgando sobre su cabeza y, por supuesto, en imágenes apoteósicas abrazándose a sus compañeros en esas cimas donde se distingue perfectamente la curvatura de la Tierra.

Pues bien, de todas esas horas de grabación, de todas las secuencias que recogen la alegría, el triunfo, la fortaleza física y mental de una mujer capaz de permanecer sin oxígeno embotellado allí donde no es posible respirar mucho tiempo, Edurne Pasabán no quiso mostrar ninguna. Casi al final de su charla decidió proyectar las imágenes de una chica llorando, rota, al borde de la muerte, que se rinde a 7700 metros de altitud, descendiendo tras hacer cima en el Kanchenjunga, la tercera montaña más alta del mundo. Sucedió en marzo de 2009, cuando pidió a sus compañeros que la dejaran allí arriba, que no podía dar un paso más, que era un descenso complicado y que no quería comprometer al resto. Pero no le hicieron caso.

En vez de la gloria, Pasabán eligió mostrar las imágenes de sus lágrimas, de su fragilidad, el sonido de su voz quebrada por el agotamiento extremo, su mirada asustada en la tienda del campo base, ya a salvo, expresando su agradecimiento a aquellos que no quisieron escucharla y la bajaron a rastras para que no muriera. Por eso, cuando habló del trabajo en equipo, dijo que el talento y la competencia están muy bien, pero que lo más importante en la vida es rodearse de buenas personas. Y claro, todo el mundo entendió a la primera. Pasabán estaba allí porque al Kanchenjunga fue con buenas personas. Así de sencillo.

Hay que ser valiente para enseñar las heridas. Tres años antes de esquivar por los pelos la tragedia en el Himalaya, Edurne sufrió una depresión profunda que la mantuvo cuatro meses ingresada en un hospital psiquiátrico. Nos contó que allí vio la muerte más de cerca que a ocho mil metros. Lo que ha hecho Pasabán por visibilizar las enfermedades mentales tiene aún más mérito que todas sus cumbres, porque con su ejemplo demuestra que los más fuertes también pueden sufrir ese tipo de males. Y que, con ayuda, se puede bajar medio muerta de un ocho mil, y también salir del agujero más profundo y oscuro creado por nuestra mente. Así de sencillo.


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