OPINIÓN

La extraña pareja

Josep Maria Aguiló | Sábado 30 de noviembre de 2024

Pese a lo que quizás podría sugerir el título de esta columna, hoy no les quiero hablar de Pedro Sánchez y Begoña Gómez ni tampoco de Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso, por poner sólo dos ejemplos de parejas más o menos extrañas, si bien cada una a su modo.

Hoy les quiero hablar de lo que representa para mí ir al súper en mi querida barriada, a donde de momento voy sólo a comprar y nada más que a comprar. Ustedes ya me entienden. Por ello y para evitar posibles malentendidos, evito adquirir piñas, paquetes de lentejas, lechugas comunes o pizzas precocinadas.

Además, suelo ir a comprar antes de las siete de la tarde o ya después de las ocho, y evito utilizar los tradicionales carros del súper, para no arriesgarme a que el mío pudiera chocar tal vez con el de otra persona y ya hubiera lío, entendiendo por tal el que señala el Diccionario de la Real Academia en la cuarta y quinta acepción del término.

Centrándrome ya en el tema que quiero tratar, quería comentarles que, por esas cosas del destino, los dos supermercados que tengo ahora más cerca de casa se encuentran casi a la misma distancia, así que unas veces voy a uno y otras veces voy al otro.

Esta forma de actuar no está provocada, por una vez, por mi carácter esencialmente indeciso y dubitativo, sino para ver si comparando precios en ambos locales puedo ahorrarme finalmente unos eurillos, o al menos unos céntimos.

Tendrían que verme cuando estoy ahora en uno u otro supermercado, en donde siguiendo el ejemplo del gran Jack Lemmon en la película La extraña pareja he aprendido a comprar, por fin, la mejor y más fresca carne picada o los melones galia justo en su punto.

Además, como los buenos detectives del cine negro, he aprendido también a desarrollar un olfato especial para detectar posibles problemas, que en este caso serían ofertas que no lo son tanto, marcas blancas que presentan algún punto oscuro o productos que por precaución nunca adquieren los clientes más sabios y veteranos.

Al mismo tiempo, en mi cesta suele haber casi siempre botellas de agua mineral con gas, yogures griegos, algún que otro queso no demasiado curado, pan de cristal —sic—, algo de fruta y de verdura, pechugas de pollo o de pavo y algún pequeño postre, sin azúcares añadidos, por supuesto.

Por suerte y hasta donde yo sé, optar por uno o por varios de esos productos no es interpretado hoy como un símbolo o una señal de que uno quiere ligar en el súper, aunque siempre resulte aconsejable estar muy atentos a posibles cambios o novedades en ese sentido.

El problema surge al llegar a casa, al menos en mi caso, cuando me transformo en Walter Matthau en aquella misma genial película, pues a veces se me echa a perder por diversas razones todo lo que con tanto interés e ilusión había comprado.


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