Soy de los que creo que los humanos nos vemos forzados, en numerosas ocasiones, a enfrentarnos con trágicas situaciones acerca de las cuales ya tenemos experiencia. La historia se repite periódicamente. Se nos hace presente. Y, sin embargo, no sabemos, en muchos casos, desenvolvernos en ellas. Las emociones, mezcladas con las ideologías, nos conturban, erramos en el análisis y damos muestras de no haber aprendido. Sobre todo, si, como ocurre con la izquierda española, su frustración le impone crearse un enemigo permanente.
Algo de todo ello se ha hecho presente en la tragedia de Valencia. Precisamente, por no usar el sentido común y la experiencia del pasado; por no haber aprendido las lecciones de otras muchas catástrofes habidas en esta tierra; por apoyar o guardar silencio ante el sectario dogmatismo climático; por errores y negligencias de los gobernantes de turno; por dejarnos llevar y aceptar las valoraciones interesadas de algunos responsables políticos; por no ser nosotros mismos y juzgar por nuestra cuenta. ¡Demasiado conformismo individual, social y político!
Desde los primeros momentos apareció el talante y la intencionalidad política de Sánchez. Lo esperado a la vista de su ADN democrático. Se afanaría en señalar, como siempre, al necesario enemigo: la derecha gobernante en Valencia. “Era nuestro momento” (Redondo). La declaró única responsable de la catástrofe. Se olvidó, ¡cómo no!, de las consecuencias del dogmatismo ecologista (Ribera), que lideraba la acción de su gobierno. Se negó a declarar la emergencia nacional (Marlaska) y movilizar el ejército de inmediato (Robles). Asimismo proclamó, sin escrúpulo alguno, la exigencia de sumisión (“que lo pidan”), seguida del chantaje correspondiente (aprobación de los presupuestos). Presenciamos, pues, una manifiesta dejación de funciones (el fango moral). Dicho de otro modo: Presenciamos el “malicioso cálculo dilatorio para ahogar a Mazón en su propio caos” (Jorge Bustos).
Pues bien, Sánchez, por otra parte, era muy consciente de la política de su gobierno en la gestión del agua. Sabía del sectarismo radical climático al que se ha venido adhiriendo su partido (Zapatero: deroga PHN) bajo la batuta de Teresa Ribera, la gran sectaria desaparecida, que no se ha dignado ni tan siquiera aparecer por Valencia. También sabía que fue la ministra Ribera quien “tumbó la ‘adecuación y drenaje’ del barranco del Poyo por ‘problemas ambientales’ y una ‘visión del coste-beneficio’” (Jiménez Losantos). Sabía que, en estos momentos, es imposible realizar una obra hidráulica en España dado que prima el sectarismo ecológico. Sabía que Ribera no gastó un euro en mejora y limpieza de los barrancos de la Dana.
Sin embargo, “ha tenido (…) la colosal desfachatez de culpar hoy al ‘cambio climático’ (…) de la catástrofe en Valencia y utilizarlo de excusa para encubrir (…) su negligencia a la hora de no haber acometido las infraestructuras necesarias para combatir los efectos de los trágicos envites de la naturaleza…” (Ibidem). Pero, todo esto lo sabe también el pueblo valenciano.
La izquierda ha salido a la calle, ¡cómo no!, para pedir responsabilidad a Mazón. ¿Y, la suya? ¿Y, la de Robles, Marlaska, Ribera y el propio Sánchez, que salió huyendo del fango? El progreso humano consiste, precisamente, en dominar la naturaleza, en evitar las catástrofes a que puede dar lugar y en ponerla al servicio del hombre y su bienestar. Puro sentido común, que “es el instinto de la verdad”.
Gregorio Delgado del Río