No es un mensaje de Errejón, sino de todo un Fiscal General del Estado, empeñado en sacar una nota porque “si dejamos pasar el momento nos van a ganar el relato”. Sorprendentemente, el Fiscal priorizó su preocupación por la narrativa sobre el estado de derecho y ahora se encuentra imputado por una presunta revelación de secretos. Tal vez no haya perdido el relato, pero lo ha convertido en uno digno de Berlanga, con la Guardia Civil buscándolo (solo faltaban las Cuevas del Drach) para que entregase los móviles. Incluso la tragedia debe subordinarse a la narrativa.
Por eso, este lunes, Eduardo Bayón, experto en comunicación política, se lamentaba: “El relato está completamente perdido y dirigido por agitadores ultraderechistas. La doble tragedia”. La doble tragedia, entonces, es haber perdido el relato y que se lo haya apropiado la ultraderecha, mientras las inundaciones y los muertos quedan relegados a un problema secundario. Existe una obsesión por el relato, y para construirlo es imprescindible la colaboración de unos medios completamente entregados. Obsérvese cómo se lanzaron a explicar, con admirable sincronización, que los vecinos de Paiporta, quienes el domingo hicieron huir despavorido a Pedro Sánchez (dejando abandonado al Rey), eran algo así como un comando de las Waffen SS. Esto ha sido especialmente molesto: en el momento en que surgía un admirable sentimiento de solidaridad hacia compatriotas en dificultades, algunos periodistas, desde la comodidad de sus hogares, se dedicaron a analizar si los voluntarios con palas y cubiertos de barro eran votantes de derechas.
¿Creen que esto del relato es una exageración? Ayer, el Ministerio de Igualdad publicó unas fotos de su “tercera reunión operativa para el seguimiento de los efectos de la DANA en materia de Igualdad”. Esto ya es notable, pero lo más llamativo es que, por un descuido (luego las borraron), las fotos permitían ver las notas con las que la Ministra de Igualdad asistía a la reunión. ¿Acaso estas notas hacían referencia a las víctimas (al menos a las de género femenino), al estado de las infraestructuras o al restablecimiento de los servicios públicos? No, en ellas se podía leer: “dogmatismo climático”, “el negacionismo mata”, “tenemos un plan” y “este es nuestro momento”. Todo parece indicar que el Gobierno de Sánchez contempla el catastrófico desbordamiento de la rambla del Poyo como una oportunidad para obtener réditos políticos, echando la culpa a la derecha por ser “negacionistas climáticos”. “Si gana Trump será una burla para las víctimas de Valencia”, decía, tan tranquilo, un tertuliano de La Sexta.
Un relato eficaz es el de la lucha del Bien progresista contra el Mal “negacionista” de causas sagradas: exime de analizar los fallos concretos (como la descoordinación entre la Confederación Hidrográfica y Emergencias de la Generalidad, difícil de entender) y permite posponer las obras hidráulicas que podrían minimizar una futura riada.
Tarde o temprano, la realidad se impone y los políticos-relatores quedan expuestos en su inutilidad, pero eso no hace que abandonen el relato, sino que someten al espectador a una sesión continua. Cuando la realidad avasalla, el objetivo ya no es integrarla en una narrativa, sino reemplazarla por completo con la narrativa. No es casualidad que mientras ocurrían las inundaciones en Valencia (realidad), el Gobierno y sus socios estuvieran aprobando el control de RTVE, es decir, del relato. En resumen, las necesidades del relato han desplazado de la agenda política los problemas reales. El rol de villano debe corresponder siempre al adversario, y uno tiene que reservarse las buenas noticias.
Por esa razón, el Gobierno no declaró la situación de interés nacional, que hubiera puesto la catástrofe en su mesa, y ha dosificado al ejército con cuentagotas: si necesitan más recursos, que los pidan (pero “este engorro es suyo”, podría haber añadido). ¿Es posible que los políticos estén haciendo estos cálculos ante un desastre que ha causado más de doscientos muertos? Si lo dudan, es que aún no conocen a Sánchez.