Quienes trabajamos con las palabras tenemos que interesarnos por el material que manejamos. Me parece una cuestión de respeto por el oficio. Muchas veces, cuando tengo una idea para una columna, si no la conozco busco la etimología de la palabra que materializa esa idea central. Entonces llegan las sorpresas. Sobre el concepto de “persona” se ha filosofado durante siglos, por eso me extrañé hace años al descubrir que en latín una persona es una máscara. “Per sona”, para sonar, era el artilugio que amplificaba la voz de los actores en el teatro, o sea, de los personajes. Y por aquí ya vamos comprendiendo el origen de la confusión entre persona y personaje.
Para entenderlo mejor les recomiendo que vean el documental en Movistar sobre Luis Enrique, el ex-futbolista y actual entrenador del Paris Saint Germain. Son sólo tres capítulos de menos de una hora. Si no les gusta el fútbol, aceleren el visionado de los dos primeros episodios porque no necesitan verlos completos para descubrir la personalidad del protagonista: apasionado, sincero, directo, efusivo con sus colaboradores, divertido a ratos, fiel a sus ideas, obsesivo en el trabajo, maniático con su forma física… y también arrogante, soberbio, provocador, impetuoso en sus reacciones, vehemente en los argumentos, altivo, a veces mal educado y con dificultades para aceptar una crítica razonada. La conclusión de Luis Enrique es sencilla: esto es lo que hay, y no pienso cambiar. Es su personaje en estado puro, o lo tomas o lo dejas.
Pero en la última entrega no toquen el mando a distancia. Ahí encontrarán los minutos en los que Luis Enrique habla de la muerte por cáncer de su hija Xana, del duelo y de cómo afrontaron ese trauma. El personaje altanero hace mutis por el foro y aparece la persona que se considera “muy afortunada” porque “nuestra hija vino a vivir con nosotros nueve años maravillosos”, y añade: “Yo pienso que Xana todavía nos ve, ¿cómo quiero que Xana piense que vivimos esto?”. Asoma ahí el deber de ser felices por los que no están, pero aún nos quieren, y nos quieren felices.
Todos esos botellines de agua volando por los aires de un manotazo en mitad de una bronca monumental a sus jugadores, esas groserías respondiendo a un periodista impertinente, esas sonrisas chulescas… toda la tramoya del teatrillo futbolero se desvanece en un instante y surge el padre emocionado, el hijo que le dice a su madre que tiene que poner fotos en casa de la nieta fallecida porque aún está con ellos, aunque no en el plano físico. Por mucho que te guste o pases del fútbol, por mucho que ames o te repela el Barça, al final del documental la persona de Luis Enrique aplasta al personaje, y uno vuelve a comprobar lo fácil que es confundirlos en una sociedad tan mediática e hiperinformada como la actual.
El jueves este periódico celebró su vigésimo aniversario como decano de la prensa digital en Baleares. Fue un acto magnífico, repleto de autoridades y gente influyente. Pero a mí, que me estoy haciendo mayor, lo que más me impresionó fue ver de cerca la mirada emocionada del que probablemente sea el mejor deportista de equipo de todos los tiempos nacido en las Islas Baleares. Rudy Fernández, elegido Personaje del año por Mallorcadiario, atesora un apabullante historial de trofeos, pero también se ganó pitos por su extrema competitividad y su actitud un tanto altanera en las canchas. A mejorar esa imagen ante las aficiones rivales supongo que no ayudó la envidia por ser guapo, medir casi dos metros y estar casado con una mujer bella y famosa como Helen Lindes. Hasta aquí el personaje.
Por eso sorprende la cercanía en el trato de Rudy, su humildad y el punto de timidez que asoma en su gesto cuando reconoce en privado que, de todos los momentos memorables de su carrera, se queda con los quince minutos ininterrumpidos de ovación que le dedicó la afición del Real Madrid el día que disputó su último partido. Florentino le confesó que, en sus muchos años como presidente del club, no había visto nada igual. Y mira que han pasado por esa institución varias leyendas del deporte. El otro día Rudy, preocupado, llamó a Courtois para decirle que su hijo de ocho años le ha salido portero de fútbol, y que a ver qué hace. Cosas de padres, de personas, no de personajes.