OPINIÓN

Darle al caletre

Mallorcadiario.com

Jaume Santacana | Miércoles 28 de agosto de 2024

A veces me siento. No me siento alegre ni me siento triste; ni deprimido ni eufórico; ni me siento bien ni me siento mal. Simplemente, me siento. Me siento en una butaca, en un sillón, en un sofá e incluso, si se tercia, me siento en un taburete. Sentarse es una delicia. De todos modos el placer de tomar asiento carecería de sentido si no existiese el acto de estar de pié que, no nos confundamos, no es lo mismo que estar en pie. Por ejemplo: “ayer fui al fútbol y estuve un par de horas de pie” no tiene nada que ver con “ya sabes que hace años que a las cinco de la mañana ya estoy en pie”. En otro orden de cosas, existe la expresión “de a pie” que sólo se utiliza para referirse a los ciudadanos: “el ciudadano de a pie”; en lenguaje fascista se les mencionaba como “el hombre de la calle”, como el “ciudadano medio”. Dado que no se podía votar, el poder absoluto se refería de esta guisa al anónimo contribuyente. Y aquí paz y después gloria.

Una vez estoy sentado, a bote pronto intento disfrutar del alto nivel de confortabilidad. Dejo la mente en blanco y procuro que nada ni nadie me distraiga del enorme gozo que me produce dicha posición corporal. Me imagino de pie y ese pensamiento me proporciona un éxtasis suplementario. No les voy a negar, pues, que me gusta mucho sentarme, que, tampoco nos confundamos, no tiene el mismo significado que asentarse. Digamos que el sentarse es un acto temporal que presupone una cierta brevedad. Uno no se sienta para toda la vida, mientras que asentarse representa un concepto mucho más duradero cronológicamente. “En el año ochenta y dos me asenté definitivamente en Murcia”.

Pasada la fase del puro placer, recojo velas e inicio una nueva andadura —¿o podríamos hablar de sentadura?— por los caminos de mi cerebro. En ese cambio de actitud procede atravesar la senda de lo físico y arribar, cual nave, a la siguiente etapa, aquella que afecta al intelecto. Después de sentarme, pienso.

Pensar es una de las cosas más inútiles que existen, por lo menos desde el punto de vista pragmático; en principio, pensar no sirve para nada: se trata de un acto incompetente que revela una torpeza atroz por parte de la persona que lo practica. En la vida no se tiene ninguna necesidad de pensar. Para ir tirando —que es de lo que se trata— es más que suficiente dejarse llevar por actos reflejos tales como dormir, caminar, respirar, copular, comer y otros menesteres prácticamente involuntarios. Aun así, a ciertos humanos, entre los que me cuento, a ratos nos da por ejercer el pensamiento, o sea, la facultad de pensar, incluso sabiendo que dicha actividad no nos conduce a nada interesante; de hecho, es una manera más de perder el tiempo.

A cierta edad, de todos modos, el tiempo se echa a perder solito y, sobre todo, se regala, dada la imposibilidad de retenerlo a gusto del consumidor. Es a la Parca a quien no le gusta malgastar el cronómetro vital; Ella va a lo suyo que es cortar los hilos de la vida. Bastante trabajo le ocasiona este trascendental oficio ya que, además, hay quien se resiste a marcharse definitivamente del Valle.

Bueno, pues eso: yo soy de los que dedican un tiempo a pensar. Y la verdad es que me lo paso pipa pensando. Es muy recomendable, durante este ejercicio mental, no dedicar ni un segundo a pensar en algo o en alguien; se puede ir todo al traste. Hay que concentrarse en pensar en nada; ese es el gran secreto. No hay que ir nunca al trapo de algo substancial, algo sólido, físico, corporal o geográfico. Hay que dedicar el pensamiento al vacío, que viene a ser lo contrario de lo lleno. Si no se cumple esta condición, pensar sirve para algo y entonces pierde toda su gracia.

Algunos papanatas creen, ingenuamente, que cuando existe un problema la mejor fórmula para resolverlo es pensando. Darle al caletre con el objetivo de la resolución de un conflicto —sea de la categoría que sea— es una pura salvajada y no sólo no se consigue jamás la determinación que se persigue, sino que, la mayoría de las veces, el lío engorda y las probabilidades de éxito se alejan de manera absoluta. Frente a los problemas, ¡caña a la intuición! Y si se arreglan mejor que mejor; y si no se resuelven, pues alea jacta est y a tomar viento.

Procuren pensar sin ideas ni imaginación. Se lo pasarán mucho mejor que viendo Telecinco.


Noticias relacionadas