OPINIÓN

Cuando te olvidas la toalla...

Josep Maria Aguiló | Sábado 17 de agosto de 2024

Hace poco más de una semana, se cumplió de forma inesperada una de mis peores pesadillas. No, no me refiero ahora al regreso de Carles Puigdemont a España y su posterior huida de nuevo a Francia, pues, al fin y al cabo, yo creo que eso era algo que ya casi todos esperábamos.

Me refiero, en este caso, a algo un poco más íntimo y personal, en concreto, a un inoportuno olvido que coincidió con el inicio de la tercera ola de calor. Ocurrió el pasado 8 de agosto, en torno a las diez de la mañana, momentos después de acabar de ducharme por segunda vez en apenas unas pocas horas.

Fue justo en ese instante, con las gotas de agua resbalando muy lentamente por todo mi cuerpo, cuando me di cuenta de que no había ninguna toalla en el baño, pues estaban todas tendidas en la terraza.

Era la primera vez que me ocurría algo así, pues siempre tengo al lado de la bañera una toalla gigante, muy parecida a la que lucía Cary Grant tras salir de la ducha en una de las secuencias más icónicas y atrevidas de Con la muerte en los talones.

En dicha secuencia, mi gran ídolo cinematográfico sólo llevaba puesta una toalla a la altura de la cintura, que es lo mismo que suelo llevar también yo después de cada aseo en casa. Y perdonen ustedes, por favor, mi osada equiparación indumentaria con esta grandísima estrella de Hollywood.

Dicho esto, si mi olvido de carácter textil hubiera tenido lugar de noche o en otra época del año, no habría tenido la menor importancia, pues todas las ventanas y persianas de mi piso habrían estado cerradas, o como mínimo entornadas, pero en este caso sucedía justo lo contrario, pues estaban todas abiertas de par en par.

Teniendo en cuenta esta preocupante circunstancia, a partir de ese momento me puse a cavilar acerca de cómo podría conseguir llegar a mi habitación sin ser visto por nadie, con el temor añadido de que a esa hora algún hipotético voyeur pudiera estar situado en alguno de los balcones que hay enfrente de mi finca.

Las dos únicas posibles soluciones que se me ocurrieron para intentar salir airoso de esta difícil situación fueron la de arrastrarme por el suelo, como en mis tiempos de instrucción militar, o la de andar en cuclillas, como en mis tiempos de entrenamiento deportivo. Finalmente, opté sólo por esta segunda posibilidad, sobre todo por esenciales cuestiones de higiene.

De ese modo llegué a mi habitación y, sin levantarme aún, abrí el armario y cogí unos bóxers y unos pantalones, que me puse estando todavía agachado. Instantes después, me incorporé, me puse una camisa, cogí las toallas que había en la terraza y fui a ducharme por tercera vez, pues estaba de nuevo empapado en sudor. Por fortuna, en esta ocasión no hubo ya más sobresaltos y todo salió bien.

Al recordar ahora todo lo que me pasó aquella mañana, pienso que tal vez no debí de angustiarme tanto, pues casi todo el mundo se desnuda hoy con una facilidad pasmosa y a veces incluso alardea de ello, ya sea en casa, en la playa, en el móvil o en las redes.

Sin embargo, debo reconocer que yo siempre he sido muy pudoroso. Baste decirles que me encantaría que volvieran a ponerse de moda aquellos trajes de baño masculinos decimonónicos que llegaban hasta la rodilla y que, además, cubrían la espalda y el torso por completo. Pero me temo que esos tiempos tan recatados en el vestir y también en muchas otras cosas ya no volverán.

Lo único seguro a día de hoy es que ya nunca más volveré a olvidarme de tener siempre una toalla en mi cuarto de baño, porque lo otro, lo del regreso definitivo de Puigdemont, no depende de mí, y, además, parece ser que todavía irá un poco para largo.


Noticias relacionadas