La Bohème, Giacomo Puccini. Teatre Principal de Maó. 9/06/2024
A pesar de su extensión y su demografía, es indudable que Menorca es una tierra consagrada a la ópera y a la música clásica. Esa envidiable faceta de los menorquines les ha llevado a tener una oferta cultural de primer nivel que vive su apoteosis cada año con una representación operística en el Teatre Principal de Maó a cargo de la Fundació Menorquina de l’Òpera. Haciendo un esfuerzo superlativo, consiguen ofrecer grandes títulos operísticos a un nivel que podría rivalizar perfectamente con cualquier teatro de una capital europea. No estamos ante una charlotada folklórica, sino ante una producción de ópera de la cabeza a los pies.
Para este año, escogieron uno de los títulos más célebres: La Bohème del genio de Lucca, Giacomo Puccini. Tras escucharse por última vez en 2008, en el Principal de Maó había expectación por reencontrarse con un título que desata las emociones más contrapuestas. Desde los gags de humor, a la más absoluta tristeza no sin antes explorar el periplo de la agonía. La obra de Puccini es redonda de principio a fin, incluso faltando el acto perdido cuya partitura ha desaparecido, pero cuyo texto se halla precisamente en la gimnesia menor.
Empecemos por el foso. Francesco Lanzillota fue el encargado de dirigir a una Orquestra Sinfònica de les Illes Balears que brilló con personalidad propia. Jugando con precisión y acierto con las dinámicas, Lanzillota dibujó una partitura expresiva, certera y cómoda para los cantantes. Con un tempo que no titubeó, nos regaló una página deliciosa que confirma el progreso de la Simfònica y su capacidad de acometer responsabilidades como una ópera de este calibre con algo más que solvencia.
El plano vocal fue un absoluto acierto que ejecutó sin mácula su cometido. La joven Carolina López Moreno nos regaló una perfecta Mimì tanto en lo vocal como en lo actoral. La bella soprano sorprendió con un timbre de delicada pureza y proyección óptima, capaz de recorrer toda la tesitura sin huecos sordos. Una técnica depurada que le viene como anillo al dedo, le permitió deslizarse por todos los pasajes con solvencia por todo el registro vocal. Más allá de los agudos penetrantes y un centro bien resuelto, López Moreno nos deleitó con un fraseo exquisito, regalándonos algunas páginas que todavía resuenan en las tablas del teatro como su dúo con Rodolfo “O soave fanciulla” o la sentida aria “D’onde lieta uscì”, en la que jugó a su antojo con una mezzavoce impecable.
Iván Ayón Rivas nos demostró que la juventud no está reñida con la madurez vocal. El joven tenor peruano interpretó un excelso Rodolfo con una voz cálida que se contraponía con el frío que recorre la escena de la Bohème. Su timbre es generoso en proyección y agradecido en harmónicos que recorren cada centímetro del teatro. Lo más sorprendente fue la libertad con la que ejecutó los agudos tanto de su sublime “Che gelida manina”, como las páginas del tercer y cuarto cuadro en las que Puccini pone en apuros a los tenores que deben navegar por el passaggio sin cansarse para llegar al final. Su voz es uniforme en todo el registro y su ascenso a los agudos es seguro e imponente. En “…la dolce speranza” el teatro tuvo que contener la respiración con el Do de pecho perfectamente ejecutado, resonando con una plenitud inusual en un apabullante ejemplo de squillo que silenció hasta los abanicos, llevándose la mayor ovación de la noche. La naturalidad de su canto, con las dotes interpretativas de las que dispone, auguran una fulgurante carrera musical que ya ha empezado a despuntar. Escucharlo en Menorca es un privilegio que en pocos años se contará como una anécdota en las calles de la ciudad.
No falla. El barítono italiano Davide Luciano asegura cada intervención que hace. Lo acompañan no sólo un sabio conocimiento de la técnica, sino un instrumento de primer nivel. Su timbre aterciopelado en toda la tesitura sin la menor necesidad de dar apretón alguno a la glotis consigue generar la sensación física de que su voz te está rozando la piel. Con experiencia en grandes teatros, el barítono de Benevento nos dibujó a un pintor poseído por las pasiones, pero con cierto aire de Don Giovanni en su puesta en escena. Con una proyección vocal inteligente, evitó caer en el pecado de muchos compañeros de cuerda que intentan superar a la orquesta vociferando en lugar de bajar la laringe para dar espacio a un sonido redondo que se propague con libertad. Luciano resuelve con maestría los compromisos de su papel y nos entrega a un Marcello pícaro y a su vez gentil.
La Musetta de Enkeleda Kamani brilló con luz propia y se situó al nivel del resto de sus colegas en el escenario. Disfrutamos de una Musetta con personalidad y gracia, que cautivó con una voz dulce que hizo las delicias del público en su página más célebre: el vals “Quando me’n vò”. La voz es bella y se aprecia un notable gusto y musicalidad en el canto. Con su elegante fraseo, la soprano manifiesta dotes para dar aún mayor recorrido y explorar un centro más ambicioso y exprimir aún más un instrumento al que le queda jugo por sacar.
Impecable el Colline de Roberto Lorenzi, quien nos deleitó con una “vecchia zimarra” interpretada con gusto y una imponente voz de bajo de esas que escasean. Timbrada a la perfección en todo momento, un servidor se quedó con ganas de escucharle en otros roles más agradecidos en los que un canto legato nos permita disfrutar de sus virtudes. Hay una buena materia prima con la que conquistará roles como Commendatore y Leporello, sin dejar de lado roles de bajo verdiano para los que deberá matizar algún momento de la tesitura en los que se percibe un atisbo de engolamiento. No se trata de algo notable ni desagradable, pero le permitirá ofrecer con mayor plenitud el extraordinario talento que posee.
Lo tenía difícil Carles Pachón para destacar como Schaunard, pero sus fantásticas dotes actorales le permitieron ser un engranaje ideal del plantel de voces masculinas. El barítono catalán está en posesión de una de las voces más prometedoras del panorama nacional y así nos lo hizo saber en la función de Bohème, en la que supo exprimir cada oportunidad que le dio la partitura. Con un timbre brillante y claro, escapó del oscurecimiento artificial de la voz, dejando entrever una madera con la cimentar roles belcantistas. Pachón reúne las virtudes que se le pueden exigir a un cantante de ópera del s. XXI: voz, inteligencia sobre el escenario, planta y solvencia.
Simpáticos y sin mácula el Benoit y Alcidoro de Fernando la Torre que intervino con acierto. Correctos en su conjunto Alberto Espinosa, Toni Seguí, Edu Cenán y Arnau Tarragó como Parpingol, venditore, sergente y doganiere respectivamente. Mención especial para la uniformidad y calidad del sonido del Cor Amics de s’Òpera de Maó dirigido por Cristina Álvarez, y la valentía de los Pueri Cantores de la Catedral de Menorca, cuyas intervenciones no pasaron desapercibidas, culminando la cuadratura del círculo de una velada perfecta en la que todo funcionó en el plano musical. En lo escénico, se agradeció una producción de la Fondazione Teatro Regio di Parma dirigida por Massimo Gasparon, que navega con la ópera y refuerza el sentido de la partitura y el libretto, demostrando que no es necesario enmarañar la historia con reinterpretaciones absurdas y ególatras como las que se ven últimamente en muchos escenarios. La producción no debe molestar y debe estar al servicio de la partitura y el libreto. Pretender un protagonismo por encima de estos dos últimos es el mal de los directores de escena del momento. Afortunadamente, en esta Bohème nada de deso sucedió y disfrutamos de una producción acorde y respetuosa.
En definitiva, noche mágica para el recuerdo de menorquines y visitantes que salimos abrumados por el nivel y la calidad del conjunto en un teatro histórico, que se alza como la perla operística del mediterráneo. Como apunte a pie de página, queda pendiente solucionar el incomprensible calor que nos hicieron pasar por la inaceptable decisión de no usar aire acondicionado, como sí se hace en el resto de teatros. A pesar de ello, valió la pena cada gota de sudor para disfrutar de una velada que llenó la sala y el alma, con una música preciosa que nos dejó con el espíritu lleno, a pesar de la tragedia final, que, con unos imponentes y dramáticos acordes finales agitados por el llanto desolado de Rodolfo, sacó al público alguna furtiva lágrima en el crepúsculo que se ceñía sobre la capital menorquina. Chapeau.