OPINIÓN

Sobre el fango, usos y acepciones

Opinión Mallorcadiario.com

José Manuel Barquero | Domingo 28 de abril de 2024

En el otoño de 2017 compartí mesa en un domicilio particular con un conocido empresario madrileño. Es un personaje público a pesar de su férrea discreción y su aversión a la crónica social, y su familia está vinculada a Mallorca desde hace años por sus largas estancias estivales en la isla. Su esposa y él nos contaron a un reducido grupo de comensales que un par de meses antes habían invitado a cenar en su casa de Madrid a una pareja que en aquellos días, y en estos también, daban mucho que hablar. Se trataba del recién elegido Secretario General del PSOE, Pedro Sánchez, y de su esposa, Begoña Gómez.

Faltaba poco menos de un año para la moción de censura que situó a Sánchez en Moncloa. La opinión que el empresario se formó sobre el futuro presidente del Gobierno no difería mucho de la imagen que por entonces trasladaban de él la mayoría de medios de comunicación: un candidato joven, no demasiado brillante pero firme y capaz de aprovechar la oportunidad que le brindaban los vientos de la “nueva política”. Pero la sorpresa de aquella cena fue Begoña, que intervino el doble que Pedro. Aquella noche los anfitriones conocieron a una mujer inteligente, ambiciosa y con una asombrosa capacidad de influir y corregir en público las opiniones del líder socialista.

Que ese matrimonio forme un tándem cohesionado gracias al amor que se profesan es algo loable. Nada hay que objetar si esa cohesión se refuerza por unos intereses compartidos, como en tantas otras parejas. Pero habrá de admitirse que presidir un gobierno democrático acarrea algunos condicionantes que pueden resultar injustos. Es injusto, por ejemplo, que alguien tenga que abandonar el trabajo que venía realizando durante años porque su esposo o esposa se convierte en jefe de un gobierno. No es justo, pero es necesario, o al menos conveniente, aunque ni siquiera exista una obligación legal. Que se lo pregunten al marido de Angela Merkel, o a la mujer de Mariano Rajoy.

No es este el caso de Begoña Gómez, que en quince días pasó de estar en excedencia de una fundación a fichar por una escuela privada de negocios, o sea, un trabajo que antes no desempeñaba. Recién hecha la mudanza familiar al Palacio de la Moncloa, la mujer del presidente manifestó a varios periodistas su interés por desarrollar un perfil público relacionado con causas sociales y solidarias. Tenía un referente claro en el que mirarse, el de Michelle Obama, pero le duró poco tan encomiable propósito.

Han pasado seis años, pero hoy uno se imagina a la primera dama norteamericana recibiendo en un despacho de la Casa Blanca a empresarios de su país que operan en mercados regulados para solicitarles que financien una cátedra recién creada y que ella codirige (no puede dirigirla sola porque no posee la titulación oficial necesaria), y el escándalo sería descomunal. Si aceptamos que la democracia, entre otras cosas, es un régimen de opinión pública, ¿de verdad alguien en su sano juicio puede calificar de maniobra fascista pedirle explicaciones al presidente del Gobierno por esta situación?

Soy un firme partidario de la división del trabajo, y en un Estado de derecho los contribuyentes pagamos el sueldo a los jueces para que califiquen o no como delito determinadas conductas. ¿Pero es un atentado contra la democracia plantear dudas sobre la conveniencia de que la cónyuge del jefe de gobierno firme cartas de recomendación para empresas que participan en concursos públicos? ¿Se pueda afirmar en serio que formular esta pregunta me sitúa en la galaxia de la ultraderecha?

Sánchez se lamenta ahora porque su mujer y él están sufriendo las consecuencias de “la máquina del fango”. El hombre que lleva años cavando la trinchera más larga y profunda entre españoles que se ha visto en cuatro décadas no debe ser aficionado a los documentales bélicos, donde se observa a soldados chapoteando en el lodo de la zanja construida por ellos mismos.

La expresión de Umberto Eco que toma prestada Sánchez en su carta del pasado miércoles se refiere al mecanismo para dañar la imagen pública de alguien manipulando la información. Pero el barro también se genera cuando mezclas bulos infames reproducidos en las redes y en cuatro chiringuitos digitales con informaciones contrastadas y no desmentidas por sus protagonistas, y que plantean un evidente conflicto de intereses. Sánchez se presenta a sí mismo como el político más sufriente y vilipendiado de nuestra historia, como si antes del infundio sobre “Begoño” nadie hubiera escrito una palabra sobre la homosexualidad de Rajoy o el sexo salvaje de Aznar con una ministra francesa.

La hipérbole continuada conduce a la caricatura. Todo lo que rodea a Sánchez es ya tan teatral que se convierte en histriónico. Su resistencia, su intrepidez, su padecimiento, su amor… todo es tan intenso que agota. Ojalá mañana bajara el telón de esta representación para adolescentes y la política se volviera algo más racional, y menos sentimental.


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