El jueves de la pasada semana se aprobó por el Congreso de los Diputados la Ley orgánica de amnistía. Es sabida la tendencia del Gobierno a no respetar la soberanía (la voluntad) del pueblo y, por tanto, a aguar la democracia. Es más, con nuestra complicidad, lo hace a diario e impunemente. Tan es así, que, de hecho, somos gobernados de modo sectario y totalitario, de profesión social-comunista. Por ello, conviene hacer un alto en el camino, valorar cómo se han hecho las cosas y decidir acerca del criterio futuro a seguir.
Se aprobó, por cierto, con el rechazo unánime de la oposición, con el desacuerdo de la mayoría de la sociedad española, del mundo judicial y del académico. Lo cual, se mire como se mire, entraña un verdadero despropósito. Una Ley como ésta, que afecta a tantas cuestiones y tan trascendentales, al margen de los reparos oponibles al procedimiento elegido para su tramitación, no debiera plantearse sin la existencia de una mayoría cualificada a su favor. Seis votos parecen una muy exigua diferencia y, por tanto, una irresponsabilidad. Máxime cuando se compareció a las elecciones generales excluyéndola por inconstitucional y cuando ha sido redactada por los propios delincuentes. ¡Un verdadero trágala ¿Cómo se pueden hacer tan mal las cosas?
Muy sencillo: Porque ha primado, por encima de cualquier otra consideración, el interés particular de Sánchez en asegurarse la Moncloa. A tal efecto, mucho más allá de la supuesta concordia cívica y a la vista de los resultados electorales, no era posible otra solución aceptable para el sanchismo. Compró la satisfacción de dicho interés particular a cambio de impunidad al mundo del separatismo nacionalista (canje de impunidad por poder), a quien regó además con otra serie de prebendas de diferente calado, verdadero trato discriminatorio a los ciudadanos en función del territorio en que habitan y en función de la posición política mayoritaria que se sustente en el mismo. Una verdadera corrupción política, tentación disolvente a futuro para otros territorios, cuyas manifestaciones y consecuencias son de sobra conocidas por mucho que se nieguen por el gran aparato de propaganda que maneja y por mucho que se ponga en marcha el ventilador.
Resulta imposible entender (¡Spain is different!) que, después de la gran obra de la Transición política, admirada universalmente, los españoles hayamos caído tan bajo y hayamos consentido e impulsado mayoritariamente acabar con esa etapa plena de prosperidad y entendimiento. Creo que la situación que ahora estamos viviendo en España merced al impulso y a los pactos del sanchismo resulta incomprensible, muy difícil de creer. Emulando a Castellio (De arte dubitandi, 1562), en su oposición a la dictadura teocrática de Calvino, podríamos preguntarnos cómo ha sido posible que “hayamos tenido que vivir de nuevo en medio de tan densa oscuridad”. Ahora, en este país, es difícilmente tolerable verdad alguna, que no se conecte con el profetismo y mesianismo sanchistas. Sólo Sánchez ha dado, supuestamente, con la fórmula mágica para devolver a este país una convivencia grata, garantía de prosperidad. Lo malo es que quiere armonizarla con la exigencia de convertir la sumisión de la mayoría que le apoya electoralmente en la totalidad de la ciudadanía, sin duda, legítimamente plural. Todos obligados a compartir su dogma único. Todos gobernados, supuestamente, con una ‘camisa de fuerza’ puesta (García-Page).
Me temo, sin embargo, que la amnistía no sirva, como cada día se hace más evidente, para los objetivos invocados por Sánchez a fin de que el pueblo soberano se tragase semejante sapo. Ni se abre, con ella, una etapa de concordia cívica, ni garantiza la estabilidad de la acción de gobierno. La nación vive en permanente estado de estrés, de sobresalto, de agotamiento y miedo al futuro. Soporta una polarización extrema contra el disidente y sin que pueda refugiarse en el amparo de la legalidad vigente. Para el sanchismo la legalidad, presuntamente, nunca supone límite alguno si no favorece a sus planes. Está en el ADN socialista (Pablo Iglesias).
Por otra parte, causa sonrojo escuchar a los beneficiarios de la amnistía. Además de la impunidad impuesta y otros privilegios recibidos (por ejemplo, condonación de la deuda) no se privan en proclamar que ‘esto no es un punto final. Nuestro objetivo sigue siendo la independencia’ (Junts) o, dicho de otro modo, se hallan en condiciones de afrontar ‘el siguiente paso: El ejercicio del derecho de autodeterminación’ (ERC). Eso sí, soberanía fiscal plena, como acaba de solicitar ERC al Gobierno. ¡Adiós igualdad entre territorios y ciudadanos y adiós solidaridad autonómica, principio sobre el que se apoya el estado de bienestar (sanidad y educación). Extraño modo de garantizar la concordia y la convivencia: mediante trato privilegiado, mediante discriminación manifiesta, mediante división y enfrentamiento.
Tampoco la amnistía asegura un Gobierno estable. Los hechos lo demuestran a diario. Merced a la abstención de Junts y ERC, no habrá presupuestos, obligación constitucional de cualquier Gobierno. ¿Dónde queda, Señor Sánchez, su doctrina al respecto, que acertadamente recordó a Rajoy: “O presupuestos o elecciones”. Igualmente le han impuesto el deber de entregar al Congreso los informes del rescate de Air Europa. Y, para rematar, se verá obligado a gobernar vía decreto (dificultades evidentes en la convalidación posterior), a buscar, de modo puntual, los apoyos necesarios y causará un daño irreparable a más de una Comunidad autónoma, como pasa con Baleares. Se ha instalado en una verdadera inestabilidad gubernamental. Todo depende, incluido el Gobierno mismo y la legislatura, de Puigdemont.
¡Vaya panorama de densa oscuridad! Lo que nunca se podía imaginar. Lo que algunos, por sorprendente que pareciese, se atrevían a profetizar, ahora, por desgracia, ya está entre nosotros. Y lo está gracias a nuestra indudable complicidad, a la dejadez y a la pereza de muchos. Hemos preferido vernos ‘libres de pensar’ (Zweig), hemos temido a la propia libertad y hemos preferido dejarnos arrastrar y que nos la arrebaten. Ya nos lo recordó el Gran Inquisidor de Dostoievski: “Por qué has venido a estorbarnos”. ¡Qué pena! El espíritu se llena de tristeza. Pero, a pesar de ello, “siempre sabrá resistir” (Zweig).
Sin duda. Llegará ese momento, no lo olviden los que ahora aplauden y se muestran indignados por que los han pillado con el carrito del helado. Lo atestigua la historia. Siempre transcurre un tiempo, más o menos prolongado, hasta que el pueblo soberano se da cuenta y reacciona. Llegará ese momento, mal que le pese al nefasto sanchismo. Volverá a hacerse la luz. Los aparentes éxitos de un régimen con tendencia clara al totalitarismo se “pagan siempre a costa de los derechos personales del individuo y que inevitablemente cada nueva ley cuesta una vieja libertad” (Zweig). Ya lo está percibiendo el ciudadano medio. Por eso, en medio del ataque de nervios que experimenta el sanchismo, aparecerá de nuevo la luz en este país. ¡Seguro!
Gregorio Delgado del Río