OPINIÓN

Oliver sin Benji

Fernando Navarro | Viernes 22 de marzo de 2024

El Ayuntamiento de Manacor, liderado por Miquel Oliver, ha presentado recientemente el proyecto «red de refugios climáticos del municipio». Es «un proyecto de ciudad y una apuesta que plantea intervenciones con una visión integral para paliar los efectos de la emergencia climática». ¿Hay una emergencia? Así parece entenderlo el ayuntamiento de Manacor, que continúa diciendo que «se trata de impulsar un modelo verde de proximidad con funciones sociales, pedagógicas y educativas, que aporte biodiversidad y genere paisaje». Este tono un puntín cursi ya les hace sospechar –por si no lo sabían- que Manacor está gobernado por la izquierda nacionalista. En todo caso ¿cómo se va a concretar el proyecto biodiverso y de proximidad? Muy sencillo: quitando los campos de fútbol de los diez institutos públicos del municipio. Se trata de sustituir el cemento de los patios por zonas arboladas, que proporcionen sombra y un lugar de esparcimiento para niños y vecinos cuando los primeros se hayan ido a casa. Un bello proyecto que sustituye el gris por el verde, y proporciona biodiversidad, proximidad y pedagogía, mucha pedagogía. ¿Y los niños que juegan al fútbol? Que se jodan.

El interés selectivo por los niños es bastante común en la actualidad. Hoy los docentes muestran una exquisita preocupación por adaptarse a las «necesidades especiales» -así lo llaman- de cualquier niño. Se trata de actuar ante todo aquello que puede influir negativamente en su aprendizaje, incluyendo, no sólo trastornos sicológicos, sino cualquier desviación de la normalidad; visto desde fuera la preocupación parece, incluso, algo exagerada. Sin embargo, las NESEs y los desvelos pedagógicos tienen un límite bien definido: las ideologías. Hace mucho que comprobamos que, cuando la necesidad especial del niño choca con el nacionalismo, es éste el que prevalece. Si un niño padece un trastorno autista que recomienda el aprendizaje en lengua materna, y esta resulta ser el español, la NESE y el niño se barren bajo la alfombra, y el fracaso escolar se asume con olímpica circunspección.

Pero, en el caso del proyecto de Manacor, el límite contra el que ha chocado el fútbol infantil es otro. La pasada semana una responsable de Igualdad –disculpen, no me quedé con el nombre ni el cargo concreto- lo explicaba en IB3. Resulta que los patios con porterías contribuyen a perpetuar los roles heteropatriarcales porque los que juegan son los niños. De este modo ocupan simbólicamente el centro del escenario mientras las niñas, a las que el fútbol interesa menos -y con el fin de evitar un bolazo nada simbólico- se ven relegadas a deambular por la periferia charlando entre sí; de este modo van aceptando su papel subordinado en la sociedad. Tremendo.

Esta teoría de la construcción heteropatriarcal del recreo no es un invento de Manacor, y si curiosean por la red averiguarán que -según los adeptos a las teorías de género- el patio con porterías es sexista y la escuela es androcéntrica. Incluso, mediante alumnos monitorizados con GPS, se han molestado en construir gráficos en colores para demostrar que los que más

juegan al fútbol son los niños (a menudo con la táctica 4-3-3). Los creyentes, contra la evidencia y la biología, defienden que las diferencias observadas entre niños y niñas no son innatas, sino una perpetuación de roles producida por una sociedad patriarcal que se resiste a desaparecer. Ellos siguen pensando que los humanos somos una tabula rasa, una pizarra en blanco en la que pueden dibujar sus fantasías. El problema es que, aunque el

heteropatriarcado sea un animal mitológico, los conjuros que se lanzan contra él acaban dejando sin porterías a los niños. Y este es el primer problema. Antes el recreo era el sitio y lugar de descanso de los niños, que los liberaba temporalmente del peso de las lecciones y les permitía relajarse y hacer lo que quisieran, pero esto se acabó. Ahora, conforme el poder político –como la ameba espacial de The blob- va invadiendo progresivamente todos los espacios privados, el patio se ha convertido en lugar central del adoctrinamiento, imprescindible para detectar y desterrar la masculinidad tóxica o el español tóxico, cualidades que con frecuencia parecen coincidir según TV3. Por eso desde hace tiempo comisarios lingüísticos vigilan a los niños para asegurarse de que hablan en la lengua apropiada, y ahora Manacor pretende usarlos para hacer ingeniería social de género (spoiler: no va a funcionar).

Hay un problema adicional. Estas políticas de exhibición de virtud, ya sea contra un machismo derrotado hace ya bastantes años o contra una «emergencia» climática, encantan a los políticos porque les permiten eludir la solución de problemas reales. Y Manacor los tiene. El Sistema de Información Nacional de Agua de Consumo (SINAC) mantiene una excelente web en la que uno puede consultar la calidad del agua de su municipio. Pues bien, desde hace más de una década, en la red pública de Manacor aparece este ominoso aviso: «no apta para el consumo humano» (han leído bien, sí). Seguro que se trata de un problema de difícil solución y que requiere inversiones millonarias, pero no cabe duda de que es una emergencia bastante más real que la climática o la de género.

Y con todo esto ¿no se está cometiendo cierta injusticia hacia los niños que hasta ahora se lo pasaban bomba persiguiendo una pelota? Pues un poco sí -esto puede entenderlo incluso un responsable de Igualdad- y no es extraño que los niños empiecen a estar hasta las narices de estas modas. Eso sí, estos docentes llevan la penitencia adosada al pecado: un niño al que no se ha permitido desfogarse en el patio será mucho más difícil de controlar dentro de la clase.


Noticias relacionadas