Sí, lo confieso. Hace unos años me inscribí durante un tiempo en una aplicación pensada sobre todo para poder encontrar pareja, aunque es cierto que esa web también ofrecía la posibilidad de poder hacer nuevas amistades, o de vivir algún «rollo», en el sentido que le da la RAE a la decimosexta acepción de esta palabra.
La mecánica de funcionamiento era muy sencilla. Sólo tenías que subir previamente una foto, o varias si así lo deseabas, escribir una frase de presentación y poner unos pocos datos personales, a poder ser más o menos verdaderos, o no excesivamente irreales en su conjunto.
Una vez cumplidos ya esos requisitos, podías empezar a navegar tranquilamente por esta aplicación, con la secreta esperanza de poder llegar a buen puerto en unos días o a lo sumo en unas pocas semanas, aun habiendo sido quizás hasta entonces una especie de marinero en tierra, por decirlo a la melancólica manera del maestro Rafael Alberti.
La circunstancia que más llamó mi atención una vez iniciada ya esta prometedora travesía cibernético-sentimental, fue que en muchos perfiles sólo aparecían fotografías de flores, de paisajes o de objetos, sin una sola imagen física de la persona que en principio estaba buscando también la pasión y el amor.
«No pongo ninguna foto mía por razones profesionales», era el argumento más utilizado en esos casos, lo que me llevaba a suponer que esas personas tan extremadamente discretas y cautelosas se dedicaban tal vez al espionaje, a la farándula o a la política, o a las tres cosas a la vez.
No poder ver el rostro o la mirada de la mujer de la que tal vez te podrías acabar enamorando suponía siempre un pequeño hándicap, pero cuando eso sucedía, me concentraba en intentar descifrar el sentido último de la galería de fotografías genéricas que tal o cual persona había decidido poner en su perfil biográfico.
Así, si en esa galería aparecían exclusivamente imágenes de bosques, mares, montañas, playas, flores, cielos, nubes, lagos, ríos, amaneceres, crepúsculos o paisajes nevados, yo pensaba entonces: «He aquí a una persona amante de la naturaleza».
Y si en otro perfil veía únicamente fotos de cuadros, libros, esculturas, monumentos, museos, murallas, parques, iglesias o conciertos, deducía: «He aquí a una persona amante de la cultura y de la historia». Si además había también tomas de pirámides, ruinas mesopotámicas o rascacielos neoyorquinos, junto a otras de coches, barcos, trenes, motos o ventanillas de aviones, entendía que a esa persona le gustaba igualmente poder viajar.
Había asimismo perfiles con reproducciones de citas literarias y filosóficas, perfiles que se asemejaban mucho a la carta digital de un restaurante o de una vinoteca, perfiles que dejaban entrever una vida de lujo y de confort, perfiles en que aparecían todo tipo de animales —en especial perros, gatos y panteras— y perfiles que quizás habrían sido más adecuados en otras webs, ya que contaban con imágenes de tacones de aguja, látigos, antifaces, prendas de cuero, mazmorras o grilletes.
Es cierto que en algunos perfiles aparecían también fotografías de la propia persona que se había inscrito, pero normalmente se la veía muy a lo lejos, esquiando, practicando submarinismo, pedaleando, escalando montañas, haciendo rafting o montando a caballo, lo que dificultaba nuestra posible percepción o valoración en su sentido más amplio.
Y cuando en alguna ocasión se veía a esa persona algo más de cerca, solía ser sólo con unos pocos planos de detalle, esencialmente de sus manos, sus pies —siempre muy cuidados y sensuales—, su nuca, sus labios, sus ojos o su espalda, como piezas de un fascinante puzle que su propia impulsora quisiera que fuese misterioso e indescifrable a un tiempo.
En honor a la verdad, he de reconocer también que había un respetable porcentaje de abonadas que posaban mirando directamente a la cámara, tal como se espera de una aplicación de estas características, aunque algunas imágenes dieran la impresión de estar ligeramente embellecidas y otras se remontasen muy posiblemente a la época de su Primera Comunión.
En cualquier caso, lo que sin duda más me sorprendió de esta app, sobre todo al principio, fue comprobar la gran cantidad de fotos de girasoles que había en muchísimos perfiles. Luego, gracias a Google, acabaría descubriendo que el girasol simboliza el amor, la devoción y la lealtad.
De tanto contemplar girasoles un día tras otro, llegó un momento en que empecé a sentir un creciente interés apasionado y amoroso ya sólo por ellos, aunque también es verdad que iba pasando el tiempo y que no acababa de decidirme por ninguno.
Finalmente, un lunes por la mañana descubrí al girasol de mi vida, de un amarillo muy intenso y diferente, que me enamoró por completo tan solo con esta frase: «Mis fotos no están retocadas y son todas actuales».