El Metro está a punto de llegar al ParkBit, haciendo parada en la UIB. Será un medio de transporte claramente subempleado, pues cómo las clases universitarias y la jornada laboral comienzan a primera hora de la mañana y terminan hacia el inicio de tarde, con un segundo turno vespertino de mucha menor importancia. Los viajes de regreso los hará de vacío.
El pasado mayo, en este mismo digital, ya me mostré partidario de volver a autorizar la construcción de viviendas en el ParkBit (https://www.mallorcadiario.com/un-error-urbanistico-enmendable-pep-aguilo-fuster) tal como planeó su diseñador Richard Rogers, como dicta el sentido común y la tradición urbanística mediterránea de ciudades policéntricas. La “Ciudad 15 minutos” hace mucho que está inventada, nuestra Palma del ensanche siguió esta concepción de forma casi espontánea.
Desear ser sostenible debería traducirse en desear aprovechar los recursos de forma eficiente. Sin embargo, cualquier que visite el ParkBit fuera de los horarios de trabajo se encontrará con una auténtica “ciudad fantasma” carente de vida, donde no es posible, ni tomar un café ni, por supuesto, comprar el pan del día. No hay parques infantiles ni niños jugando, a pesar de que sí hay colegios, sólo enormes y costosos edificios en penumbra.
El emplazamiento del parque tecnológico es inmejorable. El paisaje es espléndido entre la conurbación de Palma y la Serra. Con abundante vegetación adaptada a los usos humanos y lomas que ofrecen estupendas vistas. Su atractivo natural se consideró uno de los elementos centrales para su fundación, pues además de un centro de trabajo tenía que ser un lugar de socialización para todo aquel interesado en las nuevas tecnologías y el conocimiento. Pero, hoy por hoy, nadie pasea por sus calles, ni le dedica un minuto de su tiempo libre. Nadie se toma una cerveza tranquila en sus inexistentes terrazas. Algunos de los pasillos que separan los grandes y feos edificios están tan desolados que nos trasladan a lo peor del urbanismo sovietizante. No se interactúa más allá del puesto de trabajo.
La totalidad de sus trabajadores se tiene que desplazar cada día, generando un volumen de tráfico que contribuye al colapso permanente de los accesos a la capital. Al finalizar la jornada se produce un éxodo masivo. Sin duda, el Metro supondrá un cierto alivio para aquellos que vivan en el centro de la ciudad. Pero sus vagones se ocuparán sólo en dirección Son Espanyol por la mañana y en dirección contraria al terminar el trabajo. ¡No tiene sentido!
Todo este despropósito podría haberse evitado si se hubiese seguido el diseño inicial que, lógicamente, incluye la edificación de viviendas. Con toda seguridad, se hubiese convertido en un barrio demandado por todos aquellos que trabajan en ámbitos científicos, tecnológicos o universitarios. Profesionales que valoran tanto el salario como, sobre todo, la vocación.
¡Cuántas tertulias científicas no han ocurrido! ¡Cuántos encuentros informales, entre técnicos, no se han dado! ¡Cuánta creatividad se ha perdido! Y todo por la absurda y precipitada decisión de prohibir las viviendas, al identificar torticeramente el proyecto con una “urbanización más”, por el simple hecho de ser una idea promovida desde otro partido. La política, una vez más, creó problemas en vez de solventarlos, quizás por el mal diseño institucional, que genera incentivos perversos, o al menos muy alejados, del bien común.
Ahora, con renovados equipos de gobierno, nutridos de miembros una nueva generación, se presenta una ocasión renovada para enmendar el error de aquellos viejos políticos oportunistas. La inauguración del nuevo tramo del Metro parece un momento oportuno para reflexionar tanto sobre los resultados urbanísticos obtenidos, así como por los pendientes de conseguir, incluida la planificación de una segunda línea.