Se veía venir. Vox, sin que nadie externo lo haya empujado, ha saltado roto en mil pedazos. ¡Vaya espectáculo! ¡Todo, absolutamente todo, patas arriba! Pasan los días y el incendio ‘no está controlado ni extinguido’ (Pons Fraga). ¿Qué pasará? Cualquier nuevo episodio, por sorprendente que parezca, todavía es posible. La dirección nacional de la formación tampoco ha estado a la altura. La gestión de la chiquillería de la derecha radical en Baleares ha sido calificada de ‘infinita torpeza’ (Ibidem). Sin duda. No son de fiar.
Lo llamativo radica en que el propio Vox se ha encargado de dar la razón a quienes, desde el primer momento, pusieron en duda su capacidad para construir una alternativa real de gobierno a nivel nacional o para garantizar la estabilidad de posibles gobiernos autonómicos. Su ADN lo hace muy complicado. Estas exhibiciones, como se ha dicho (Ventayol), suelen acompañar a aquellas formaciones surgidas de ‘los escombros’ de otras más potentes.
Se puede entender que su experiencia en el PP fuese muy negativa e, incluso, que se sintiesen traicionados en las ideas. Pero, da la impresión de no haber sabido desengancharse de ese pasado pepero (Rajoy) y de superar aquel tiempo. Lo cierto es que han generado deseos de protagonismo, ansias de rencor y venganza por el supuesto o real mal trato recibido, afirmaciones de hallarse en posesión de la única verdad frente a todo el mundo, ganas de mostrar su capacidad de influencia. Lo cierto es que han desarrollado un dogmatismo repugnante en estos tiempos y han caído en un simplismo populista. Todo ello constituye una extraña amalgama o ADN, mezclado de los nunca ausentes intereses particulares.
Aunque no lo quieran ver, estamos cansados de contemplarlo. Siempre sale a relucir en su actividad pública y siempre suele prevalecer en sus posicionamientos políticos. No aciertan, por otra parte, a manejarse con soltura en el presente y en el futuro. Su mirada siempre orientada al pasado experimentado, sin entender lo que significa ser minoritarios. Es más, parece que olvidan cuál es ahora el problema capital de este país y cuál debería ser su colaboración, en este momento y en estas circunstancias concretas, para superarlo en bien de todos. ¡Una pena!
El jueves pasado, Mónica González, en las páginas de UH, se preguntaba “a qué ha venido Vox a la política, porque no dejan de demostrar que a resolver los problemas de los ciudadanos no”. Fina y certera constatación. Esa, al menos, es una impresión muy extendida entre la ciudadanía. Deberían preguntarse en serio a qué obedece. Los ciudadanos han presenciado cómo Vox, por ejemplo, contribuyó decisivamente al fracaso de la alternativa de centro derecha frente al sanchismo. También hemos presenciado el gatuperio que ahora han protagonizado en Baleares, causa de la pérdida de la estabilidad del gobierno. Tales evidencias no las borrarán del horizonte electoral con soberbia y altanería. Esto es, negando su protagonismo activo y echando la culpa -consigna impuesta desde la ejecutiva nacional- a los medios de comunicación social.
Como sentenció Diógenes, “el movimiento se demuestra andando”. No serán creíbles por lo que digan, sino por lo que hagan. Y, lo siento, el hacer, de momento, les delata. ¿A qué ha venido Vox? Muy sencillo. Ha venido a tocar las narices al PP, a hacerle la vida imposible, a vengarse del pasado, a impedir que alcance el gobierno. ¿Qué esperan construir con tan raquítico y rencoroso propósito? ¿Propiciar el éxito de Sánchez?
Supuesto el anterior contexto, también me parece obvio que Prohens “no puede quedar al albur de unos tránsfugas” (Ventayol). Si así lo hiciera, tentación siempre posible, el PP incurriría en un error mayúsculo y defraudaría gravemente a su electorado. No se ve cómo pueda quedar garantizada la estabilidad de su gobierno, dado el carajal originado. No veo, por muchas vueltas que se den, que Vox, después de lo ocurrido, dé estabilidad al gobierno Prohens. Creo, sinceramente, que tal apreciación también está bastante extendida. Los mimbres, en definitiva, son limitados, muy poco flexibles y nada fiables.
Como ya manifesté en su día (Vox, como una organización religiosa, 21.12.2023, MD), creo que seguirán como hasta ahora o peor. No están mínimamente preparados para entender lo que implica gobernar. Me temo que un día sí y al siguiente también, vendrán con la misma o parecida martingala. Así, como es evidente, no se puede gobernar. ¿Solución? Nuevas elecciones.
Eso sí, hay que proceder con tiento y prudencia. Meditar las cosas. Discernir las ventajas e inconvenientes para el pueblo. Y, sobre todo, estar muy atentos a cuanto pueda ocurrir alrededor. Ojo avizor. Y, como Don Quijote, dormir con los ojos abiertos como liebre (Primera Parte. Cap. 16). ¡Saldrá fortalecida, Presidenta!
Gregorio Delgado del Río