Este año ha llegado antes el Carnaval. Y eso siempre es una buena noticia. Seguir con las fiestas populares y lúdicas de estos días, me hace feliz. Yo soy de Pòrtol y desde siempre celebramos el entierro de la Sardina. No hay constancia de que celebrásemos ses taronjades: una batalla popular con naranjas, que solían terminar con heridos y enfrentamientos entre vecinos. De hecho, el Capitán General de Mallorca del año 1574 las prohibió, como se hizo en Cataluña. Ni se convocaban bailes de máscaras, como en Palma. La filóloga Caterina Valriu es la autora del mejor tratado sobre la historia del Carnaval en Palma, libro que recomiendo. En su trabajo de investigación desvela algunos de los secretos que la alta sociedad palmesana del siglo pasado, cuando se reunían en los salones del que fuera el Teatro des Born, y en los que erotismo, sexo y alcohol alegraban las noches más locas. Bailes de Carnaval con máscaras donde, antes, la gente cambiaba el sexo para confundir y reírse. Hoy en día será más difícil encontrar una máscara que cambie nuestra realidad, por su contraria. A no ser que nos pongamos la careta de Sánchez, o de cualquiera de esos políticos que hacen todo lo contrario de lo que dicen. O que mienten más que hablan. Pervertir la realidad era la costumbre romana de las Saturnales. Y como que se puede uno burlar de la religión, los musulmanes no lo aceptan ni lo practican. Burlarse, reírse de uno mismo es lo mejor que se puede hacer. Las personas que son capaces de reírse de sí mismas, son las más humanas y fiables de todas. Por el contrario, aquellas personas que no aceptan ni la risa, ni la broma; que nunca ríen y que son más sosas que un palo seco, a esas hay que tenerlas lo más lejos posible. Como a los políticos que mienten para mandar, para ganar dinero, poder y fama. Políticos, sacerdotes, banqueros, compañías de seguros, de aviación, de telefonía móvil y un sinfín de empresarios que se dedican a robar al cliente. Así es esta España nuestra. Donde los bancos ganan miles de millones de euros y no pagan ni uno a los que les prestan el dinero. Donde un joven no gana lo suficiente para poder independizarse, y al que le piden más años de experiencia para trabajar, que los que lleva estudiando la formación para ejercer el oficio. ¿Quién enfada a quién? El pueblo que se disfraza y se ríe de ellos mismos, o el listo que se pone la careta y se ríe, pero de nosotros. Parece que va a llover y tal vez habrá que anular alguna de las Rues convocadas. Pero es igual, para celebrar el Carnaval, para reírse y disfrutar, basta que uno quiera. Y si se puede, compartirlo con los amigos. Que para eso están.