La primera decisión que tomó Mateo Alemany cuando llegó al Barça como director de fútbol fue trasladar su despacho desde las oficinas del Nou Camp a la Ciudad Deportiva Joan Gamper. Durante algo más de dos años ha pasado muchas horas trabajando en un espacio funcional y luminoso, con unas grandes cristaleras que miran al campo principal de entrenamiento del primer equipo. Desde aquella mesa se ve casi todo.
Separar físicamente su lugar de trabajo del politiqueo en torno a Joan Laporta fue el mensaje inicial sobre su manera profesional de entender la gestión deportiva de uno de los clubes de fútbol más grandes del mundo. Pero los quince minutos en coche que separan el estadio del Barça de sus instalaciones en Sant Joan Despí no fueron suficientes para alejar al ejecutivo mallorquín del mamoneo y los intereses personales que rodean al presidente culé.
A Mateo todo el entorno blaugrana le cambió el nombre nada más aterrizar en Barcelona (ni dios le ha llamado nunca Mateu), pero lo que no consiguieron cambiarle son sus principios, los que le han llevado a ser considerado uno de los mejores profesionales del mundo en lo suyo. En honor a la verdad habría que decir que son esos mismos principios los que han provocado su despido encubierto.
El fútbol de élite es un terreno complicado, como todos en los que se mueven cantidades ingentes de dinero. Por eso los grandes clubes europeos, empezando por los ingleses, han ido profesionalizando sus estructuras hasta convertirse en empresas perfectamente organizadas. Este orden es incompatible con el amiguismo, el nepotismo, el cuñadismo y todos los ismos que tengan que ver con una gestión chapucera y personalista de una entidad tan influyente como el Fútbol Club Barcelona.
Ahora que no está de moda, sigo siendo un gran defensor del pudor. Los ignorantes lo asocian a la vergüenza, pero tiene que ver más con el recato y la honestidad. Te tiene que preocupar poco la reputación del Barça para sustituir a un profesional como Alemany por un señor que hasta hace diez minutos trabajaba como representante de futbolistas. Es una manera diplomática de describirlo, porque en realidad Deco era un empleado cualificado de Jorge Mendes, el mayor comisionista del mundo moviendo jugadores de unos clubes a otros.
Ingresar cifras mareantes por traspasar futbolistas es una actividad lícita siempre y cuando se distingan esos intereses de la estrategia global de fichajes de los equipos. No se trata ya de la mujer del César, que no sólo debía ser honesta sino parecerlo. Se trata de números. Por poner un ejemplo, Mendes ha ganado más de veinte millones de euros moviendo jugadores del Valencia (cuyo propietario es íntimo amigo suyo) al Barça. Todo parece indicar que si no ha ganado más ha sido por culpa de Mateo Alemany.
Alemany no salta al césped, pero ha tocado muchas pelotas. Su labor en los despachos reconstruyó un decrépito Valencia C.F., hasta que su trabajo fue incompatible con las decisiones de su máximo accionista, Peter Lim, un estrambótico multimillonario que teledirige el club desde Singapur buscando su lucro personal, no defendiendo los intereses de la entidad. Salvando las distancias, algo similar le ha sucedido ahora en el Barcelona.
Laporta es un personaje excesivo en todos los aspectos de su vida. Vamos a dejarlo ahí. Su “exuberancia” vital puede resultar más o menos simpática, pero nadie escogería una personalidad de esas características para que pilotara un avión en el que viajas, o un buque. Pues bien, el Barça es hoy un trasatlántico en manos de una tropa de amiguetes y familiares que hacen negocios juntos. Y un tripulante como Alemany molesta.
Una vez vi salir en coche a Alemany de las instalaciones del Barça. Una niña no paró de llorar hasta que Mateo le firmó una camiseta, como si él metiera los goles. Doy fe que aquel sábado estampó más autógrafos que la mitad de jugadores del primer equipo, algo sorprendente tratándose de un simple ejecutivo. Ahora sale definitivamente del club justo por lo contrario, no estar dispuesto a firmar turbias operaciones difíciles de explicar.
Por culpa del escándalo en torno a Luis Rubiales algunos opinan que todo lo que rodea el fútbol es corrupción. Ahora que asistimos estupefactos a los cambios súbitos de chaqueta, cuando se pasa sin rubor de los aplausos a los silbidos en menos de 24 horas, conviene recordar que hay personas que pierden su empleo por no tragar con todo. Por eso pienso que Mateo Alemany, o alguien con sus mismos principios, sería un magnífico presidente de la Real Federación Española de Fútbol.