Cenando el sábado pasado en casa de un buen amigo, y a raíz de estar hablando sobre el control que nos viene con la imposición de las monedas digitales de los bancos centrales (CBDC), otro compañero de mesa afirmó que le daba igual que supieran dónde, cuándo y en qué gasta el dinero porque no tenía nada que ocultar.
Si bien en otras etapas anteriores de mi vida yo era del mismo parecer, tras los ataques a nuestra intimidad y derechos fundamentales desde el 11-S a esta parte, me muestro esquivo a ceder más y a perder más libertades.
Coincide esta conversación de sobremesa vespertina con la que el autoproclamado salvador de la humanidad, Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial, ha realizado recientemente. Afirma que nos dirigimos a un mundo en el que debemos aceptar una transparencia total, es decir, una falta absoluta de privacidad.
Continúa diciendo que si no tenemos nada que ocultar, no tenemos nada que temer.
Aun cumpliendo con la legalidad, tenemos cosas que ocultar. La privacidad es necesaria. Eso no nos convierte en delincuentes.
Junto a la propiedad privada, nuestra privacidad representa uno de los últimos reductos de libertad. La primera parece estar garantizada tras la reciente defensa de la figura de la herencia y la inversión en su vivienda habitual que Irene Montero ha hecho ante una señora que le increpaba sobre cómo ha llegado a comprar con su sueldo la espectacular mansión que comparte con su pareja. Ella alude como fuentes de financiación a la herencia que le dejó su padre, fallecido, junto al ahorro convertido en inversión.
Como buena capitalista que se muestra la líder de Podemos, tras el acopio de patrimonio, probablemente conseguido con el esfuerzo de sus generaciones anteriores y el sacrificio de su consumo presente a cambio del consumo futuro, como es el ahorro, ha podido comprar una vivienda que ya quisiéramos muchos.
Aun sabiendo que no hacemos nada malo, todos tenemos el deseo y el derecho de poder ocultar y no por ello estar haciendo nada malo. No queremos contarlo todo a todo el mundo durante todo el tiempo. Queremos guardar nuestros secretos, nuestra privacidad y compartirlos con los más allegados o simplemente no compartirlos.
No queremos vivir nuestras vidas como las de Gran Hermano (el reality show) o el de 1984, de donde toma el nombre. No queremos ser Truman ni mostrar nuestra vida en directo a no se sabe quien ni tampoco queremos ser la idílica familia Parker de Pleasantville.
¿Quién es este señor, que no ha sido elegido por nadie, para impartir edictos de cómo tenemos que vivir? Sobre la pérdida de privacidad y el “necesario” aumento de control de la población, también se pronunció Christine Lagarde cuando los cómicos que se hicieron pasar por Zelenski le preguntaron por las CBDC.
A estas élites económicas autoelegidas les encanta decir cómo tenemos que vivir.
En esa vida ideal que propugna Klaus Schwab con transparencia total desaparecerán los secretos. Él pone el ejemplo del secreto bancario.
Secretos hay muchos y desde nuestro origen como especie los hemos atesorado: el secreto de confesión, el del cliente con su abogado, el del origen de las sociedades secretas, el secreto en el ámbito sanitario, el secreto de Estado, el secreto de pareja, el de los amantes, el secreto de dos niños al cometer una travesura, etc.
Nos encontramos en una época en la que se intentan defender con ahínco derechos de colectivos más o menos numerosos, pero estamos perdiendo el foco en la pérdida de derechos como especie humana. Las afirmaciones de este señor se están pasando por el arco del triunfo, nada más y nada menos, que la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En concreto el artículo 12 reconoce la privacidad al afirmar que “Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia…” Pero no pasa nada. Nadie actúa contra él aunque no pare de vaticinar un futuro distópico.
La amenaza de “no poseerás nada y serás feliz” de estas élites está adquiriendo tintes dramáticos porque hasta ahora pensábamos que se refería a cosas físicas, pero no, también se refería a intangibles como nuestra privacidad.
Empleen billetes de dinero mientras puedan o Bitcoin. Son nuestros últimos reductos de libertad y privacidad, que no anonimidad.