En 1996, la actriz Liv Tyler y el actor Jeremy Irons protagonizaron el drama romántico 'Belleza robada', una película que nos hace pensar en el paso del tiempo, lo que hemos perdido en esta vida y los traumas de la infancia y pérdida de juventud de la vida.
Su director, Bernardo Bertolucci, como siempre, creó una obra maestra para los amantes del cine de verdad, ese que nos hace emocionarnos en la butaca de casa y que nos transporta a nuestros recuerdos más escabrosos, dolorosos o placenteros.
Esta película nos recuerda lo efímero de la vida, lo rápido que pasa el tiempo, y todas a asignaturas que dejamos por vivir en esta existencia.
Como en la vida misma, la belleza es algo que se pierde con el pasar de los años, y cuando somos jóvenes no alcanzamos a saber la importancia que tiene.
Como coach de vida, he visto este tema muchas veces en mi despacho. Jóvenes que no son conscientes de la importancia de transitar por dicha juventud, o de la lotería que les toca por nacer con un rostro bello y un cuerpo esbelto.
Por el contrario, y más ahora que nunca, vemos bellezas espectaculares con traumas, que se ven feas, demasiado gordas, demasiado delgadas, feas o bajitas, cuando no son conscientes de que poseen el mayor tesoro que nadie les puede regalar, la juventud.
Yo no fui consciente de que poseía ese don hasta muy avanzada mi madurez, ya que los complejos por no llegar a ser perfecta me sobrecogían y me hicieron perder gran parte de mi tiempo. Mi falta de autoestima, de no tener la capacidad de ver el don que Dios había puesto en mí, hicieron que, a menudo, me sintiera inferior a muchas otras mujeres.
Hasta que no recobré mi autoestima y fui capaz de ver con ojos de ver todos mis dones, pasaron muchos años y perdí mucho el tiempo con problemas imaginarios que no me sirvieron para nada más que para perder parte de mi vida.
Desde que me transformé, a través del coaching, he podido ser consciente de la importancia de reconocerme en el espejo y verme tal y como soy, en lo bueno y en lo malo, con mis virtudes y mis puntos de mejora, pero tardé muchos años en aceptar que tenía en mis manos un gran tesoro.
Casi cuando lo aceptamos, ese diamante se nos escapa de las manos y nos convertimos en personas maduras, sin casi tiempo para poder disfrutar de dichos dones.
Tenemos una sociedad en la que hemos separado la belleza interior de la exterior, donde las guapas o guapos tenían que ser tontos, y los inteligentes, feos, y donde las creencias limitantes de nuestra niñez nos han castrado.
Somos una sociedad mediocre donde lo más importante que poseemos, que es la belleza interior, no se refleja en el exterior, debido a los tabúes que nos han impuesto y que nos han impedido disfrutar de la vida como debiéramos hacer siempre.
Por eso, ahora, en mi edad madura, me dedico a devolver las sonrisas de las almas en el exterior, a ayudar a las mujeres a que sean más guapas desde el interior, y que en el exterior se cuiden para verse bellas, sanas y felices.
Ayudo a las personas a aceptar y crear su mejor versión, según los dones que Dios les ha dado y que ellos han sido capaces de extraer de ellos mismos, y les ayudo a verlos y trabajar con ellos.
Si volviera a nacer no perdería tanto tiempo en que los demás no pensaran de mí, en que no vieran de mí, y me dedicaría a brillar por dentro para que se reflejara por fuera.
Solo así una persona es bella, en el movimiento absoluto de todas sus virtudes.
¡No pierdan el tiempo, mis queridos lectores, ni permitan que nadie les robe su belleza, porque en ella está la felicidad de su alma!