INunca, jamás, he comprendido la práctica de los deportes llamados “de riesgo”. Francamente, no alcanzo a visualizar el interés que suscita una tal majadería. ¡Cómo si no bastara la peligrosidad que acecha al ciudadano común, desde el momento de su aparición en el famoso “valle de lágrimas!
Pues sí señor: existen individuos perfectamente capacitados para dedicarse a actividades de todo tipo, incluso de simple ocio –a veces con excusas pseudeportivas- que comporten un determinado grado de peligrosidad; básicamente por las condiciones extremas que requieren este tipo de salvajadas. Y apostillo: ¡con lo bien que se está en casa!
Algunos miembros de la especie humana, se pirran, literalmente, por practicar la escalada en hielo; el bungee: ese ataque de cordura consistente en atar un cable a la barandilla de un puente –como más alto, mejor…- y sujetar el otro extremo al tobillo del pirado..., para luego tirarse, ¡claro!; o bien el llamado parcour: correrse un recorrido urbano –valga la bonita redundancia- trazando una línea recta; es decir: olvidándose, completamente, de la existencia de aceras, calzadas, escaleras, rampas, postes de teléfonos etc. y dedicándose a circular saltando vallas, muros, paradas de autobús, semáforos…y todo aquello que se ponga por delante: es el progreso, y de paso, no deja de ser otra cosa que la más pura fidelización de lo que haría un orangután cualquiera en el África tropical, la del Cola-Cao.
Hay muchos más ejemplos que demuestran la poca o nula sensatez de la humanidad en momentos culminantes de sus respectivas vidas. Claro está que, en ocasiones, el deporte de riesgo practicado a las tres de la madrugada y previa ingestión de media docena de cubatas de garrafa, puede llegar a convertirse en una muerte algo mojada; me refiero al clásico balconing, muy solicitado por los turistas británicos que -mamados hasta las cejas- se lanzan desde el balcón de sus respectivas habitaciones hacía lo que ellos imaginan como piscina; y sí, lo es: es una auténtica piscina pero construida de tal manera que no está, precisamente, al alcance del tío de Liverpool (alguien la debe haber cambiado de sitio...). Para ellos, el rigor mortis es más lento por el tema de la humedad que luce en su interior -humedad de ron-, no por la del agua de la piscina “mal emplazada”.
Por si esto fuera poco, soy de los que piensan que la simple práctica del esquí es una solemne aberración; tanto o más, que la asistencia, un domingo de agosto, al mediodía, a la Playa de Can Pere Antoni, en Palma.
Tirarse por una enorme pendiente helada, con dos palos en los pies, en un ambiente gélido (a menudo con rachas de viento violento, lluvia, nieve y unas temperaturas de todo menos benignas) me parece –y lo digo con cariño hacia los amantes de este apasionante deporte de invierno- una colosal sandez. Así de claro. No he conocido nunca a nadie -en mi ya larga existencia en este mundo cruel- que no se haya roto, como mínimo, un par de huesos durante una de estas bajadas absurdas.
El riesgo avisa de un peligro; o de una proximidad. El riesgo no se debe correr nunca: se debe prevenir, mesurar, temer…y luego tomar la resolución que, evidentemente, implique la mayor seguridad y estabilidad. A esto se le llama civilización.
Jugársela, sin ninguna necesidad, es de primitivos.
Además…!para riesgos, la “prima”!, que no es moco de pavo...