Una de las características que define a los psicópatas es su carencia de empatía, esto es, son incapaces de sentir compasión hacia el dolor y el sufrimiento de los demás, frente al que muestran una total indiferencia. En muchos casos, a la falta de empatía se añade la crueldad e incuso el sadismo, es decir, no es que no se conmuevan por el padecimiento de otras personas, sino que experimentan placer infligiéndolo, razón por la que muchos psicópatas son torturadores y asesinos.
Sin remontarnos más atrás en la Historia, en el siglo XX y lo que llevamos del XXI ha habido una sobreabundancia de líderes y dirigentes políticos, militares y sociales con tendencias psicopáticas y psicópatas declarados, criminales repugnantes y genocidas de la peor especie. Algunos, la mayoría, lideraban regímenes autoritarios antidemocráticos como Franco, Hitler, Mussolini, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao, Pol Pot, Pinochet, Videla, Masera, Sadam Hussein, Idi Amin, Mobutu Sese Seko o Ceacescu, por citar solo unos pocos, pero no faltan casos de masacres injustificables ejecutadas por democracias consolidadas con el visto bueno de sus máximos dirigentes, como el bombardeo de Dresde por la aviación británica en 1945, inútil por completo para derrotar a una Alemania ya vencida, que provocó miles de víctimas civiles y que fue explícitamente avalado por Winston Churchill.
Pero todos estos líderes están siempre rodeados de un conjunto de secuaces tanto o más psicópatas que ellos, que se dedican con tenacidad digna de mejor causa a ejecutar sus planes y políticas criminales y genocidas. De hecho, es en los cuerpos represivos y de espionaje donde se suele concentrar una mayoría de individuos como mínimo sin escrúpulos, si no psicópatas sin complejos y eso sucede también en los sistemas democráticos, en los que con excesiva frecuencia no hay un control efectivo suficiente sobre la actividad de estos cuerpos del estado, pasividad muchas veces deliberada de los gobernantes, que asumen ignorancia mientras no les salpique y, si se ven afectados, siempre tienen algún mando del servicio de cabeza de turco.
Como médico, siento especial repugnancia hacia todos aquellos profesionales sanitarios que han participado con entusiasmo en los proyectos genocidas de sus jefes, como Mengele y otros médicos nazis, que realizaron experimentos de una crueldad sin límites con prisioneros de los campos de exterminio, tanto judíos como de otras procedencias étnicas, o los médicos soviéticos que realizaron experimentos humanos de los efectos de la radiación sobre el cuerpo, o también de resistencia al frío extremo.
Pero no solo se han producido experimentos indecentes en países autoritarios como la Alemania nazi o la Unión Soviética. Entre 1932 y 1972 se llevó a cabo en el Hospital de Tuskegee (Alabama) un estudio observacional de larga duración en el que se reclutó a unos cuantos cientos de personas de raza negra de muy bajo nivel social, la mayoría analfabetos o semianalfabetos, infectados de sífilis, para seguir a largo plazo la evolución de la enfermedad sin tratamiento. Se les reclutó con engaños, sin explicarles la exacta naturaleza del experimento para el que se es reclutaba. Eugene Dibble, de raza negra para más inri, jefe del hospital de Tuskegee y Oliver Wenger director de la clínica de enfermedades venéreas del Servicio Público de Salud de Hot Springs (Arkansas), fueron instrumentales en el desarrollo inicial del experimento.
Pero también en Suecia, país democrático, cerca de 65.000 personas con anomalías, genéticas o de otra índole, fueron esterilizadas, muchas de manera forzosa, entre 1935 y 1975, en virtud de una ley eugénica para “preservar la pureza de la raza nórdica” y por razones de higiene social y racial. Y aun entre 1976 y 1996 se esterilizó a otras 160.000, pero ahora con su consentimiento.
Así pues, no hay garantía de que los psicópatas no actúen también en países democráticos, con la complicidad, la aquiescencia o la tolerancia de los gobiernos.