OPINIÓN

La grandeza de lo insignificante

Gabriel Le Senne | Jueves 20 de octubre de 2022

Van ya varias personas que, quizás cansadas o agobiadas de leerme sobre cuestiones complejas e ‘importantes’, me sugieren si no escribiría a veces de temas ‘ordinarios’. Otro me decía hace poco que no hacía falta que fuera siempre tan ‘apocalíptico’. ¡Uno cuenta simplemente lo que ve! Y efectivamente, tiende a intentar centrarse en lo más importante en cada momento. Y frecuentemente, en denunciar e intentar corregir lo que no funciona.

Pero eso, por supuesto, no quiere decir que sea pesimista, sino todo lo contrario: ¡un optimista que cree posible cambiar el mundo! Y que no escriba habitualmente sobre las cosas ordinarias que funcionan correctamente, no significa que desdeñe su importancia. Ni mucho menos. En mi vida cotidiana, lo son todo. Así que, ¡ea! Aquí va una columna sobre la vida corriente.

En realidad, no hay nada que sea más importante que otra cosa. Ni nada que deba preocuparnos. Sí hay que ocuparse de los problemas, como es natural, para poner cuanto esté en nuestra mano por solucionarnos. Pero por graves que sean esos problemas, jamás debemos perder la alegría.

Por intentar que se entienda, recurriré a Tolkien, cuando en ‘El Silmarillion’ pone en boca de Dios-Ilúvatar esto que le dice a Melkor-Lucifer, que trata de alterar la música divina: “Tú, Melkor, verás que ningún tema puede tocarse que no tenga en mí su fuente más profunda, y que nadie puede alterar la música a mi pesar. Porque aquel que lo intente probará que es sólo mi instrumento para la creación de cosas más maravillosas todavía, que él no ha imaginado”. Lo que viene a ser una hermosa recreación de las palabras de San Pablo: “todo contribuye al bien de los que aman a Dios”.

Es decir, que no debemos preocuparnos de nada, sino abandonarnos en manos de Dios, que sabrá conducirlo del mejor modo posible. Nosotros, a intentar cumplir su voluntad, poniendo amor en todo. “Dios nos hizo y somos suyos”, que decíamos estos días en un salmo. Y esto incluye todo, desde lo más grande a lo más pequeño. Desde la guerra de Ucrania y la inflación que provoca el sistema financiero internacional, a las actividades extraescolares de los niños o el cambio de pañales. Visto desde la perspectiva sobrenatural, ‘sub especie aeternitatis’, no tiene mayor trascendencia el trabajo de Putin que el del último barrendero siberiano. Todo depende del amor que cada uno ponga.

Por eso la labor aparentemente más anodina que podamos acometer, sea escribir un artículo, sea hacer la cama, tienen a priori igual importancia. Esto, si sabemos incorporarlo a nuestra vida ordinaria, puede convertir cada momento en trascendente, en infinito. “Hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir”, que dijo el ‘santo de lo ordinario’, San Josemaría.

Lo ha escrito también el Papa Francisco, no protesten: “Una comunión familiar bien vivida es un verdadero camino de santificación en la vida ordinaria”. Vivir lo ordinario de modo extraordinario (‘Gaudete et exultate’).

Pero sin duda la maestra en la importancia de las cosas pequeñas fue Santa Teresita de Lisieux: “es el amor lo único que da valor y excelencia soberana a estos actos insignificantes”. Lo dicen los evangelios: “El que es fiel en lo muy poco, también es fiel en lo mucho; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo mucho es injusto. Pues si en las malas riquezas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?” Así que ya saben, ni desesperos, ni menospreciar a nada ni a nadie.

En fin, que quería escribir de lo ordinario, pero no sé si lo habré hecho sobre lo extraordinario. ¡La burra al trigo!