OPINIÓN

El chándal

Josep Maria Aguiló | Sábado 17 de septiembre de 2022

Hasta no hace aún mucho tiempo, si nos comprábamos un chándal era casi sólo para ir con él al bar de la esquina a tomar unas tapitas o para ver algún partido de la Champions League algo más metidos en situación. No quiero decir con ello que no hubiera también personas que se compraban un chándal para realmente hacer deporte o para salir a dar breves paseos urbanos, sin excluir en determinados casos la posible realización de algunos pequeños trapicheos en sus respectivas barriadas.

El chándal nos podía servir, además, como posible sustituto del pijama si íbamos a estar todo el día metidos en casa o para acudir el sábado al híper a hacer la megacompra de toda la semana e incluso a veces de todo el mes. Los más jóvenes, por su parte, lo utilizaban esencialmente para bailar el hip hop, el trap o el rap en medio de la calle, pero seguro que habrán intuido ya que esas eran unas opciones que yo nunca llegué a practicar. Ni tampoco la del trapicheo, claro.

En la actualidad, en cambio, cuando nos compramos un chándal o un equipamiento deportivo algo más completo, incluidas las zapatillas y las bragas —para el cuello—, suele ser ya sólo para practicar alguna actividad deportiva, como por ejemplo correr un poco por el Paseo Marítimo o por alguna otra zona al aire libre debidamente acondicionada. La cuestión es sudar un poco, quemar calorías e irse poniendo en forma, en la línea de un Matthew McConaughey —creo que lo he escrito bien— o de una Jennifer López.

Y si a uno no le gusta correr, por suerte hay otras alternativas igualmente válidas, que se pueden hacer con o sin chándal, como practicar el senderismo, vivir en un cuarto piso sin ascensor, ir en bicicleta, nadar diariamente, apuntarse a un gimnasio o hacer surfing, puenting, trekking o cualquier otra actividad deportiva o física que acabe con la partícula «ing», salvo quizás el sofing, un ejercicio que, por cierto, suelo practicar con gran asiduidad, entrega y placer.

Personalmente, nunca he sido muy fanático de los deportes extremos, ni de los no extremos, así que lo que suelo hacer para activarme un poco es ir a pasear cada día una hora y media, esquivando hoy antiguos antros de perdición —calórica— para mí, como pastelerías, heladerías, hamburgueserías o cualesquiera otros establecimientos que acaben con la partícula «ías», salvo quizás las cafeterías, aunque sólo cuando algún amigo piadoso y dadivoso decide invitarme gustosamente a una consumición.

Como sin duda habrán deducido ya, entre mis prioridades actuales no se encuentra la de llegar a conseguir algún día una figura espectacular, musculada y fibrosa. A mi edad, ya algo provecta, la prioridad es ya casi sólo poder llegar a caber holgadamente en un chándal de la talla 50, mantener más o menos a raya el colesterol y llevar una vida tal vez algo más animada, alegre y briosa.