OPINIÓN

Los moteles

Josep Maria Aguiló | Sábado 23 de julio de 2022

Gracias a muchas películas y series que vimos en la infancia, descubrimos que en Estados Unidos hay unos establecimientos muy peculiares para pernoctar que se llaman moteles, que suelen estar ubicados a veces junto a carreteras más o menos misteriosas, algo perdidas o poco transitadas.

Un letrero luminoso, un espacio semicerrado, un recepcionista que normalmente hace muy pocas preguntas o directamente ninguna, una habitación, una cama, un baño, un televisor con el que poder distraerse un poco, una mesilla de noche, quizás también una biblia y un teléfono. Así era, por ejemplo, el motel de la película Psicosis, no especialmente recomendable —el motel, no la película—, como creo que todos sabemos bien.

Aun así, si exceptuamos ese establecimiento concreto, creo que todavía hoy los moteles nos siguen produciendo, en general, una fascinación o una atracción extraña, no del todo explicable, porque al fin y al cabo se trata de lugares no especialmente cálidos ni acogedores, sino más bien algo fríos y asépticos, y casi idénticos unos a otros. Quizás los moteles que están en Las Vegas sean un poquito más alegres, esencialmente por los casinos que hay al lado y por las bodas secretas que hay cada día en esa ciudad.

Otra característica común a la mayoría de moteles norteamericanos es que van sucediéndose cada pocas millas, como algunas gasolineras y tiendas de ultramarinos, o que en determinados casos se encuentran situados dentro de algunas ciudades o de algunos pueblos que, años atrás, vivieron momentos de riqueza o de esplendor, pero que ahora quizás sólo cuentan con la única presencia permanente del sol, de las nubes o del viento.

Pese a no ser yo una persona especialmente viajera, alguna vez me he imaginado a mí mismo viviendo en Estados Unidos y llevando una vida algo marginal y trashumante, de pueblo en pueblo, de trabajo en trabajo, de motel en motel, permaneciendo unas semanas en uno y otras semanas en otro, sin que ningún recepcionista me hiciera demasiadas preguntas sobre mi pasado ni tuviera tampoco un excesivo interés en conocer mi actual presente ni mi posible futuro, siempre y cuando pagase mi habitación por adelantado.

Mis amigos no acaban de entender esa peculiar querencia mía por los moteles, sobre todo teniendo en cuenta que, a priori, existe siempre la opción de poder ir a un hotel de lujo o a un resort, o al menos a un hostal o una pensión. «Acuérdate además de lo que hacía Anthony Perkins en Psicosis», suelen decirme, como dando a entender que en los hoteles nunca pasan cosas así. Pero cada vez que me dicen eso suele venir a mi mente, no sé muy bien por qué, todo lo que hacía el bueno de Jack Nicholson en El resplandor.