OPINIÓN

Malestar

Jaume Santacana | Miércoles 23 de marzo de 2022

Por lo que podríamos imaginar, da la impresión que la palabra “malestar” debe ser la contraria a “bienestar”. Si acudimos al magnífico diccionario de la Real Academia Española de la Lengua -cosa que habría que hacer mucho más a menudo y no sólo en casos de apuro semántico- y pedimos el significado de “bienestar” nos encontramos con tres definiciones precisas, concisas, como es de recibo. Una: conjunto de las cosas necesarias para vivir bien; dos: vida holgada o abastecida de cuanto conduce a pasarlo bien y con tranquilidad; y tres: estado de la persona en el que se le hace sensible el buen funcionamiento de su actividad somática y psíquica. En cambio, si entramos en el diccionario en búsqueda de su contraria, “malestar” observamos que únicamente aparece una sola y escueta definición: desazón, incomodidad indefinible. No deja de ser curiosa la brevedad y el poco matiz que ofrece esta última palabra en relación con la expansión adjetiva de “bienestar”. Será que el malestar se presenta incómodo para merecer una exposición algo más ampliada. Casi un tabú; como la muerte.

A lo que iba: me da que, últimamente, el personal anda ligeramente cabreado por estos mundos de Dios. Noto y constato que un cierto malestar se ha adueñado de los rostros humanos con los que mantengo una relación social, ya sean éstos concernidos dentro de una esfera íntima o bien se puedan incluir en el perfil de “gente corriente”, gente de la calle”. Como que la gente, en general, se muestra cabreada, enojada, iracunda, airada. Observo muy poca sonrisa y pocas ganas de relación; sin humor, sin simpatía, sin rodeos.

Puedo entender y entiendo (como bien diría don Adolfo Suárez, exfalangista y avispado presidente del Gobierno de la famosa Transición) que el mundo actual no es, precisamente, un camino de rosas. La pregunta es: ¿lo ha sido jamás, el planeta, un camino de rosas? No lo creo, sinceramente. Guerras, las ha habido siempre: hambrunas, también; refugiados, más; asesinatos, a millones; robos, en todas las familias... De manera que, con la verdad por delante, la situación de hoy en día en el mundo mundial no difiere, en exceso, de lo que ha venido siendo en la coyuntura actual situada en el círculo de la casi eternidad.

Últimamente, llueve poco pero se repiten las acciones y reacciones que se mueven en todas las sociedades. La crisis del año 2008 (aquella que el señor Zapatero no vio venir...) dejó -por lo menos en el llamado Occidente- una cantidad de miseria harto importante; lo mismo que las guerras de Irak (con un Aznar con las piernas encima de una mesa), Afganistán, Eritrea, Siria, Etiopía y un largo etcétera. Años más tarde, la ínclita pandemia de las narices nos deja millones de muertos y nos las oculta (...las narices) hasta la actualidad. Y, para acabar, hoy mismo, Rusia invade Ucrania y monta un pollo que amenaza con una Tercera Guerra Mundial que -caso de producirse- ni te cuento.

Con todos estos parámetros por delante parece lógico que la gente ande de mala leche; los que andan, que los que mueren de hambre o de bombas, ya se han acostumbrado a “vivir” lisos y eternos.

La citada situación ha removido, en todas partes y, naturalmente, en España, las entrañas del pueblo que -cabreado como está- se queja como puede. Lo de la luz, el gas y el petroleo (en parte debido al “show” criminal del señor Putin) ya rebasa todos los límites soportables y está teniendo, y tendrá, graves consecuencias para la economía global, lo cual producirá “levantamientos” en las calles, huelgas y consecuencias complicadas de definir en un futuro próximo: comportamiento racional por parte de todas las personas altamente afectadas y comprensibles por la indudable pérdida de poder adquisitivo y, por otro lado, material inflamable que aprovecharán, sin duda, algunas fracciones políticas que llevan como lema lo del “pescar en aguas revueltas”. Ya se verá.

Con todo lo que está lloviendo (todo, menos lluvia meteorológica, esa es otra) se puede comprender que la gente se vea implicada en un estado de malestar como el definido por la R.A.E.


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