OPINIÓN

La conspiración definitiva

Gabriel Le Senne | Jueves 30 de diciembre de 2021

Se ha puesto de moda la palabra ‘conspiranoia’ para designar cualquier teoría política basada en la existencia de un supuesto gran acuerdo secreto o conspiración con el objetivo de conducir a la humanidad por una senda determinada. La palabra ha adquirido una connotación fuertemente peyorativa, de manera que basta invocarla para desacreditar y ridiculizar cualquier opinión en este sentido.

A pesar de ello, considerando estas fechas tan señaladas y que el dichoso virus va quedando superado por la experiencia de millones de personas innecesariamente confinadas a causa de lo que ya parece una simple faringitis, tanto que hasta nuestras reticentes autoridades globales empiezan ya a renunciar a unas restricciones que hacen más mal que bien, permítanme que hoy les hable de la mayor teoría conspiranoica jamás descrita.

Según esta teoría, la realidad que nos envuelve y nos constituye habría sido diseñada hasta el más mínimo detalle -hasta el último de nuestros pelos estaría contado- por una gran mente universal. Los conspiradores serían concretamente tres, en tan íntima colaboración que podríamos considerarlos uno solo.

Ellos lo habrían pensado y creado todo: desde las estrellas y el cosmos inabarcable hasta los átomos y sus más diminutos componentes. Desde las moléculas que componen los virus hasta cada neurona que forma su cerebro. Y eso no sería más que la materia. Pero también conocerían al detalle cada idea, cada pensamiento. “Hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas, escrutan los sentimientos y pensamientos del corazón”. Los conspiradores estarían en medio de nuestra alma, más íntimos a nosotros que nosotros mismos.

Pero misteriosamente, respetan con el máximo cuidado su mayor creación: el libre albedrío del que han dotado a las más importantes de sus criaturas. Y así, aunque podrían, evitan cualquier coacción y respetan nuestras decisiones, incluso si con ellas estropeamos su obra, dañándonos a nosotros mismos o a otras criaturas, cosa que ocurre con frecuencia, como el niño pequeño que derriba la construcción por el puro placer de destruir o por el siniestro impulso de chinchar a su hermano.

Las criaturas reaccionan ante las agresiones: a veces se defienden; otras veces imitan la conducta destructiva y se lo hacen pagar a otros más débiles. El mal se propaga. Y así el libre albedrío de las criaturas amenaza con arruinar el plan. De modo que los creadores introducen ‘cambios de diseño’ (Tolkien dixit) para salir al paso.

El mayor de ellos: uno de los conspiradores en persona se introduce en la creación, como una criatura más. Previamente le han allanado el camino durante siglos, anunciando su llegada. Los conspiradores cuentan con una gran ventaja: están fuera de la corriente temporal, que ellos han imaginado y creado, como las tres dimensiones espaciales. Tienen todos los tiempos desplegados ante ellos, como también tienen una legión de criaturas espirituales que les asisten, con su propio libre albedrío. Todo eso lo conocen, lo miden, lo sopesan, y conspiran para conducirlo a su gusto, infinitamente mejor que el nuestro.

Así que uno de ellos, decíamos, se introduce personalmente en la creación, unido a una de esas pequeñas criaturas. Y nos enseña: nos deja un modelo de hombre perfecto. Y otro de mujer, con la colaboración de ella, de su madre: con su ‘fiat’. Además de que se queda para siempre de una manera especial, oculto en forma de alimento. Y el bien se propaga, sin forzar el libre albedrío de las criaturas, conduciendo a un resultado final aún mejor que si el mal no hubiera hecho acto de presencia. Así los conspiradores emplean su suprema creatividad para incorporar nuestras decisiones a su diseño, a la mayor obra jamás escrita.

Incorporan la inspiración de San Juan evangelista, que ayer celebrábamos, que aguantó al pie de la cruz, sin huir como el resto, que acogió a la Virgen en su casa como le pidió Jesús moribundo, y que seguramente con su ayuda entendió mejor que nadie lo que había visto y oído. Como también incorporan la traición de Judas y la desesperación que le condujo a ahorcarse. El plan se cumplirá, dicen los conspiranoicos, pero depende de cada uno decidir su papel en él.

Dicen también que al final todos nos reuniremos con los conspiradores para celebrar el éxito del plan, y que nadie quedará excluido salvo quienes voluntariamente así lo hayan querido. Los demás seremos purificados de todos nuestros errores, grandes o pequeños, como en un fuego de fundidor, como en lejía de lavandero, hasta quedar refinados como plata pura, limpios como blanco inmaculado, para poder unirnos a los conspiradores sin que imperfección alguna empañe la vida eterna.

Menuda teoría descabellada. Aunque… grandes genios la han creído a lo largo de los siglos. Y muchos dicen haber tratado directamente a los conspiradores. Pascal llevaba cosida una nota, rememora García-Máiquez, con el recuerdo de la noche de su gran encuentro. Más tarde escribió: “Un heredero encuentra los títulos de la casa. ¿Es posible que diga que son falsos y que descuide su examen?” Contra todos aquellos que descartan sin estudio la buena noticia de que somos hijos de Dios, nos aclara el poeta.


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