Seguramente, si han entrado en algún establecimiento público en las últimas semanas, les hayan pedido el ya famoso (y polémico) pasaporte COVID. A mi me ocurrió el fin de semana pasado y me generó una extraña mezcla de sensaciones: por una parte, quiero pensar que tiene un objetivo noble, que no va a durar más de lo necesario y que, tras más de un año y medio conviviendo con el virus y casi uno con la vacuna, es algo inevitable, pero por otra... Me sentí un código de barras, a merced de que una aplicación dijera si soy o no peligroso para el resto de clientes. ¿No es como de ciencia ficción?
Xavier Beltran