OPINIÓN

Para María

Gabriel Le Senne | Jueves 11 de noviembre de 2021

Muchas son las cosas malas y escandalosas que nos pueden llegar a abrumar cada día, pero esta semana emerge una flor singular, de una belleza que al tiempo hiere y sana, como una rosa espléndida con sus espinas; como las grandes historias, con su catástrofe y su eucatástrofe, antónimo acuñado por Tolkien para referirse al final feliz e inesperado que llega tras un desastre aparentemente absoluto.

Me refiero al desgraciado atropello accidental de tres niñas a la salida de un colegio madrileño, una de las cuales, con tan solo seis años, ha pasado a mejor vida. Esperemos que las otras dos se recuperen pronto. En este caso la historia, al menos para el gran público, comienza directamente con la catástrofe.

Sin embargo, ya desde el principio comenzaron a filtrarse pequeños consuelos, entre lo terrible del drama. El accidente tuvo lugar en un colegio católico vinculado al Opus Dei. Nos cuentan que algunas niñas corrieron a avisar a la madre de la pequeña, que trabaja en el centro, y que llegó a tiempo de abrazar a su hija y decirle lo mucho que la quiere: es inevitable acordarse de la Virgen abrazando a Jesús descendido de la Cruz. Que otras niñas corrieron a avisar al sacerdote, que pudo administrarle la extremaunción. Que los colegios se unieron como una familia, rezando en torno al Santísimo expuesto.

Pero sobre todo ha trascendido el enorme detalle del abrazo entre ambas madres, comentado brillantemente por Jorge Bustos: “María es madre, y María es cristiana. Su naturaleza se rebela contra la brutal privación que acaba de sufrir, pero su religión afirma que el sufrimiento es camino de redención. En pocos segundos la conciencia de María resuelve la contradicción y absuelve a la mujer que originó su tormento”. Efectivamente, Cristo es el modelo, y debemos aspirar a ser capaces, como Él, de rezar por nuestros verdugos mientras nos crucifican. Como vemos, María está bien cerca de ese ideal, aunque en este caso la crucifixión haya sido
involuntaria.

Por ello, la otra María, la conductora, porque María son todas nuestras protagonistas, ciertamente debe quedarse tranquila, y a este respecto nos llega una nota del padre, Àlex, que entre otras cosas dice: “os ruego muchas oraciones por las otras dos familias y por María, la madre que le ha tocado, a nuestro parecer, el peor trago del accidente y una vez más le repetimos que se abandone en el Señor para darse cuenta que no tiene culpa alguna y que aunque sea incomprensible Nuestro Dios lo ha permitido para sacar bienes mayores”.

Y así introduce el otro aspecto importante de esta historia: el primero, el perdón, y el segundo, que ‘todo es para bien’. Hasta esto. Hasta aquello del Madrid Arena que comenzó a llamar mi atención hacia el cristianismo hace nueve años.

Hace poco escribía acerca de la homilía que tuvimos el placer de escuchar en mi querido colegio de Montesión, en que nos hablaron de la herida de San Ignacio, de la que se cumplen 500 años, y de la herida -moral- de San Alonso, que perdió en poco tiempo a su mujer y sus dos hijos. “La providencia divina obtuvo el bien de la santidad de ambos a partir del aparente mal de sus heridas. Y esto es lo que le gustaba tanto destacar a Tolkien [siempre volvemos a Tolkien]: que Dios es capaz de tomar el mal que él no ha creado directamente, sino que lo permite porque es producto inevitable de nuestro libre albedrío, y transformarlo en un bien mayor. Así que no nos preocupemos demasiado de los males que debamos sufrir (aunque sí debemos ocuparnos de intentar repararlos en la medida de lo posible).” Fin de la autocita y perdón por ella. Estoy seguro de que nuestras protagonistas harán de la necesidad, virtud y con la ayuda de Dios ganarán en santidad, que equivale a ganar en felicidad, a pesar de las heridas o incluso gracias a ellas. Y que moverán a muchos más con su ejemplo.

Pero no podemos acabar sin nuestra eucatástrofe. Sólo podemos imaginarla llenos de esperanza, porque de esta parte de la historia por el momento sólo tenemos el tráiler: la Resurrección de Cristo. Acudo de nuevo a Àlex: “María y yo para poder dormir compartimos a Dumbo el elefante de peluche de nuestra bebé pero con la certeza de que Mariquilla está gozando más que nunca en el cielo porque era una disfrutona de la vida y yo creo que ella sabía que solo allí podía estar mejor con su verdadero Padre y su verdadera Madre.” Porque si este mundo está corrompido por el mal y la muerte y aun así lo amamos apasionadamente, podemos soñar con el que nos tienen preparado, tras separar el trigo de la cizaña, y nos quedaremos cortos.


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