Miquel Pascual Aguiló | Viernes 16 de abril de 2021
Las relaciones de la Unión Europea con Turquía han sido siempre, son, y van a seguir siendo difíciles.
Y los socios comunitarios de esta Europa de los mercaderes que se ha creado, siguen poniéndose de rodillas cada vez que su supuesto amigo otomano lo ordena.
Cada nuevo paso que da Recep Tayyip Erdogan en su más que agresiva política exterior, cada vez que utiliza la migración para amenazar y manipular a la Unión Europea (UE), cada vez que despliega su poder militar para expandir la esfera de influencia de Turquía en toda la región, los jerifaltes europeos se ponen a temblar.
La guerra de Irak en el año 2003 complicó la relación de Turquía con la OTAN, y su relación con la UE dio un giro a peor en el año 2007, cuando Francia bloqueó una parte esencial de sus negociaciones de acceso a la UE. Turquía desde entonces ha venido forjando su propio camino en Siria, los Balcanes y Libia, así como buscando
nuevos lazos con Rusia, Irán y China, con la intención de convertirse en un actor importante en Oriente Medio y el norte de África.
A pesar de ser un aliado de la OTAN desde el año 1952, Turquía en el año 2017 decidió comprar un sistema de defensa antimisiles S-400 de fabricación rusa, un sistema armamentístico incompatible con los estándares de la Alianza Atlántica sin atender las objeciones de Estados Unidos y sus aliados europeos callados como muertos.
Erdogan en su relación con la U.E. se está inspirando en la estrategia de “divide y reinarás” del Kremlin en Europa, con la que suele presionar a aquellos estados miembros de la UE que más dependen de los hidrocarburos o de los mercados rusos.
De la misma manera que Putin ha utilizado desde hace mucho tiempo el suministro de energía como un arma, Erdogan ha intentado hacer lo mismo con el flujo de migrantes y refugiados que huyen de conflictos en Oriente Medio, y aunque tiene a una creciente oposición en el país, Erdogan ha adoptado el libro de tácticas de Putin.
A modo de ejemplo, relacionado con la táctica de Putin con la U.E.:
Seis países europeos tienen dependencia total del gas que procede de Rusia:Bulgaria, Estonia. Finlandia, Letonia, Lituania y Suecia. Además que desde República Checa, cuyo consumo depende en más de un 80% del gas ruso, hasta Países Bajos, con una dependencia del 5,8%, casi todos los países de Europa tienen una necesidad energética con Rusia. Sólo Chipre, Dinamarca, España, Irlanda, Malta, Portugal y Reino Unido no dependen en absoluto de la entrada de gas desde el territorio ruso.
En estos tiempos turbulentos, en los que China y Rusia empiezan a acercarse entre sí cada vez más y que tanto Pekín como Moscú se muestran más agresivas con la Unión Europea, el realismo tiene que ocupar un lugar primordial. Eso debe traducirse en que a pesar de que Bruselas, Berlín y París detestan muchos de los pasos que da Erdogan, la UE tiene que crear canales efectivos de comunicación con Turquía para abordar problemas compartidos, y dejar de considerarla una especie de hijo pródigo.
La relación entre la UE y Turquía necesita un nuevo conjunto de principios mutuamente acordados, así como líneas rojas claras (la defensa de los derechos humanos, la lucha contra la violencia de género, por ejemplo) con las que los europeos deben dejar diafanamente claro que el proceso de acceso a la UE puede revertirse o puede impulsarse. Dentro de esta relación, el reto es garantizar que todavía hay espacio para un compromiso político sobre cuestiones que tienen que ver basicamente con la seguridad compartida en una región influenciada no sólo por Europa y Turquía, sino también por Rusia, Estados Unidos y una China en ascenso.
Relación que en ningún caso puede dejarse en manos de papanatas como Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, liberal conservador genuino representante de la Europa de los mercaderes que es la Unión Europea.¿Capisci?
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