OPINIÓN

No es la guerra

Francisco Gilet | Miércoles 31 de marzo de 2021

En algunas circunstancias surge la pregunta relativa al alcance de estas líneas y un montón de dudas le siguen. Ya no se trata de ser o no leído en mayor o menor medida, sino de intuir si las líneas tienen alcance alguno.

Obviamente, a los protagonistas de ellas, en nada le alcanzará ya que están sumamente alejados de cualquier instante de lectura. Y, en el fondo, su real destino no es ni el gobierno, ni sus componentes, ajenos a tanta tinta como hacen correr, dado que, según creen, están llamados a otros menesteres mucho más elevados que la lectura de un simple ciudadano. En ese mundo de preguntas, dudas y afanes la cuestión se halla en sí, realmente, vale la pena dedicar horas de lectura a noticias, comentarios y artículos de profesionales más sesudos, para luego verter una opinión con una trascendencia del todo punto desconocida.

Por descontado algún conocido hay que, demostrando su lectura, anima a seguir en esa senda de opinión y critica, aunque también los hay que exclaman “peor es la guerra” que el tiempo de alarma que estamos viviendo. Sinceramente, no es una guerra, a la usanza del siglo pasado, pero si lo es al estilo del nuevo orden mundial que se nos está imponiendo.

Criticar con saña al gobierno no es nada difícil, teniendo presente que posiblemente todo aquel que ha corrido por la política, puede que la haya dejado atrás en el tiempo, pero, seguro, que ella, la política, no le ha abandonado. Por ello hay detalles que crispan el sentimiento, remueven la conciencia y obligan a clamar denunciando mediante el papel lo que se siente y experimenta como nefando, indebido o, simplemente, improcedente. Y ello acontece en mayor medida cuando el autor o actor exhala un sectarismo visceral, adornado de revanchismo y animadversión despreciativa de toda opinión contraria.

Y no solamente en tales circunstancias salta el deseo de expresar esa denuncia, sino también cuando no se atisba ni el más mínimo sentimiento de reconocimiento del error. Sino que se esconde, se oculta, se disimula, el trasfondo sectario. Esta semana más de cincuenta millones de euros se han abonado, directamente, a una empresa no española con un solo avión y dos docenas de empleados no españoles. Y nada se ha dicho sino es sacar un informe que esconde la realidad del trasfondo económico; tres bancos nacionales negaron un crédito a dicha empresa a pesar de contar con el aval del Estado. La contrapartida a tal hecho; el próximo mes de abril más de un millón de parados dejarán de cobrar el subsidio de paro por haber trascurrido el año en tal situación. Otra contrapartida, mientras la Policía Nacional se queja de falta de medios, el gobierno se gasta casi un millón y medio de euros en la compra de 90 quads 4x4 para el Ministerio del Interior marroquí. Otra contrapartida, una empresa gubernamental contrata por dos millones una consultora radicada en Panamá; será que no hay consultoras en nuestro país. Y entre tanto despilfarro, entre tanto “dedo”, la ministra portavoz casi se ufana de tener un déficit que alcanza 113.172 millones de euros, de los cuales 21.420 millones han sido subvenciones, con el aumento del 71%. Y si lo anterior es malo, el tema de los ingresos de la AEAT es peor; un descenso de la recaudación fiscal en 21.674 millones, un 7,8% inferior. Es decir, el Gobierno está en quiebra y el español no está por la labor de sacarlo de ella. Es más, duda de que las cotizaciones que abona se las devuelva el Estado cuando su jubilación.

No, no es la guerra, pero sí la creación de un Estado Mayor integrado por cabos que desean ver hundido el sistema e implantado el suyo propio con las imágenes de Stalin, Lenin y Marx retornando a los ojos de la Puerta de Alcalá. Cobrando más de 100.000 euros anuales, mientras llega el día.

No, no es la guerra, pero los revolucionarios comunistas, con el consentimiento de los socialistas al estilo Largo Caballero, han logrado multiplicar sus patrimonios, sin haber dado un palo al agua. No saben hacerlo, ellos sí saben mitinear, insultar, despotricar y malmeter con el enemigo, así como ahorrar más de un millón y medio de euros. Y ser ministra con tres años de becaria. Todo ello “sí, se puede”.

Urdaci fue masacrado por los socialistas y ahora Cintora tiene bula para decir “una verdad” cada seis meses, incluida la relativa a la muchedumbre de la playa madrileña de la Barceloneta. Y no es la guerra, pero Ayuso es la línea Maginot a traspasar. No es la guerra, pero todo vale, y por ello todo el gobierno, socialistas, comunistas, independentistas, nacionalistas, podemitas de rojo o de morado, embisten a una política que ha sabido y sabe hacer frente a todo ese cúmulo de odio y sectarismo totalitario. No es la guerra, pero Moncloa hará todo cuanto sea posible e imposible para no perder Madrid. Y más pronto que tarde, Cintora gritará desde TVE, “no pasarán”.


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