OPINIÓN

Spain is patéticamente different

Pilar Carbonell | Domingo 21 de marzo de 2021

Es una sensación entre pena y vergüenza lo que uno siente cuando tiene la oportunidad de viajar fuera de nuestra fronteras y después vuelve a casa. Poder comparar como están viviendo y gestionando la pandemia otros países te revela una triste realidad, que estamos obsoletos.

Por motivos laborares he pasado este último mes en Omán. Las exigencias de entrada en el país de oriente medio me hacían presagiar que sería toda una aventura, pero la sorpresa fue de lo más agradable nada mas aterrizar, comprobando que está todo milimétricamente organizado, señalizado, digitalizado y con un ejercito de personal para ayudarte. PCR negativa para embarcar, otra PCR a la llegada donde además te colocan pulsera de localización con control de movimiento para la cuarentena en el hotel que tu mismo elijas. Mucho ajetreo a la llegada en Mascate pero en menos de 1h estaba fuera con mi maleta y mi pulsera, dispuesta a cumplir los siete días vigilada.

Un mes después emprendo el vuelo de vuelta a España, a ese país que presume de ser el segundo del mundo que más turistas recibe, ese que cree haber inventado la hospitalidad, el que se harta de repetir que somos los mejores. Aterrizo en Barcelona, donde nos sueltan en la trastienda de una terminal desangelada y sin ningún tipo de señalización, la manada dormida deambula para encontrar la sala de equipajes sin ninguna ayuda. Después de haber estado fuera un mes, con escala en varios países lo único que me piden es el DNI, aunque en la carpeta traía mas papeles que algún ministro lleva en su cartera. Son cinco horas las que tengo en transito y Air Europa no abre mostradores para facturar hasta dos horas antes del vuelo, no le bastará ni el millonario rescate del gobierno para levantar cabeza, deberían tener mostradores de facturación digitales, que seguro bautizaríamos como los de “Juan Palomo yo me lo guiso yo me lo como” pero que tanto ayudan en un mundo globalizado del que estamos a años luz.

En la zona de facturación no hay cafeterías abiertas, estamos en pandemia me comenta la persona de información como si el resto del mundo no lo estuviera. Creo que le doy pena y apático me indica que hay una cantina para los pocos trabajadores que quedan y que en estos momentos admite pasajeros, todo un detalle. Me da las instrucciones, camine hasta el fondo de la terminal, baje dos plantas, tuerza por detrás del control, salga a la calle, cruce los dos carriles, pase los taxis y es única puerta que esta abierta al fondo a la izquierda, no tiene cartel, pero hacen bocatas. Me siento afortunada de encontrar el sitio, una sala enorme, fría, medio precintada. En un lateral junto a la ventana hay dos azafatas y alguien de seguridad, las estanterías vacías son mas propias de un país en guerra y con problemas de abastecimiento que de una potencia turística y para mi sorpresa no hay aseos. Semejante cutrez made in Spain tiene sus ventajas, he comido bocata, patatas y café con leche por solo 5,45€, dentro del aeropuerto sería impensable.

Para entrar de vuelta a la terminal necesita usted tener la tarjeta de embarque, yo lo he hecho online, pero compadezco al señor mayor que me precede que no sabe ni lo que le piden, lleva horas viajando en tren para volar junto a su hija medico en Mallorca me comenta. Tampoco hay lugar donde cargar los dispositivos móviles, acabo compartiendo enchufe con la maquina del desfibrilador que espero no necesitar.

Somos un país acomodado en sus logros del pasado al que la desidia de sus gobernantes además de su incapacidad por gestionar lo están dejando en el bajo fondo de los peores agujeros conocidos, solo me reconforta y enorgullece saber que sigue repleto de personas solidarias, generosas, valientes, buenas, amables y muy luchadoras que quizás lo saque de esta.