Al fin una noticia positiva para nuestra ciudad. Al alcalde de Palma le han hecho falta dos legislaturas para rescatar uno solo de los muchos cadáveres urbanísticos que afean una de las capitales más bellas del Mediterráneo.
La lista es interminable: Torre den Pau, Carnatge, Canódromo, Velódromo de Tirador, Hostal Terminus, Lluís Sitjar, Plaça Gomila, molinos del Jonquet, innumerables possessions de la antigua zona agrícola de Levante -hoy ocupadas, saqueadas y, la mayoría, convertidas en vertederos, ante la total pasividad municipal-, decenas de molinos del Pla de Sant Jordi -antaño, la primera imagen turística que percibían nuestros turistas y actualmente esqueletos desvencijados- y un largo etcétera de heridas en nuestro patrimonio arquitectónico.
Y ha sido, cómo no, gracias a la iniciativa privada, que parece ser el único salvavidas al que podemos aferrarnos ya los palmesanos si queremos que, alguna vez, todo este inmenso cementerio patrimonial en que se ha convertido nuestra ciudad recupere su pasado esplendor.
Recordemos que ENDESA había recuperado la propiedad de su antigua sede después de un largo litigio, tras el culebrón legal entre el Consell y el fallecido promotor José Luis Núñez -encarcelado en su día por delito de cohecho-, acerca de los terrenos situados donde se ubicaba la primitiva central eléctrica palmesana, en la llamada fachada marítima, un lugar hoy privilegiado en una zona cuyo valor crece día a día.
Pues bien, el acuerdo, que tiene buena pinta, supone la recuperación del polémico edificio de cristal catalogado a cargo de la empresa eléctrica y un trueque de terrenos como compensación por la cesión de la zona verde contigua, además de la construcción de un nuevo edificio de equipamientos.
En conjunto, una solución satisfactoria para los ciudadanos.
Es asimismo un alivio que la ejecución del proyecto vaya a recaer en ENDESA y no en Cort, porque, de esta forma, se asegura que podamos verlo materializado en un plazo razonable. Ojalá que la pequeña parte de responsabilidad que corresponde a Hila -adecentar el llamado parque Pocoyó, hoy un deteriorado refugio de personas sin techo- corriera la misma suerte.
La moraleja es muy clara. El actual equipo del ayuntamiento de Palma no dispone ni de ingenio suficiente, ni de iniciativa política, ni de liderazgo para acometer por sí mismo proyectos de recuperación de esta envergadura. Todo se eterniza y deteriora y Palma ofrece su peor imagen en décadas.
Si, al menos, Hila asumiera sus limitaciones y buscase la colaboración de la iniciativa privada, sería posible que la fachada marítima no quede como el único cadáver urbanístico que se ha podido recuperar en ocho años de infausto mandato.