Es muy lamentable que en una situación crítica desde el punto de vista sanitario y también desde el económico y social, se siga tratando a la ciudadanía como perfectos estúpidos. Quizás si las autoridades hubiesen hablado claramente y sin infantilismos desde el principio, la gente no se habría pasado las instrucciones por el arco del triunfo, azuzados al ver que los mismos que restringen sus libertades a cada reunión del Consell de Govern, incumplen las recomendaciones, hacen lo que les da la gana y no predican con el ejemplo.
En este contexto es absurdo seguir defendiendo que se podrá contener la propagación del Covid-19 a tiempo para salvar la temporada turística, que en un contexto de normalidad —del que ahora carecemos por completo no sólo en España, sino también en Europa— habría de comenzar la primera semana de mayo. Es imposible que así sea, dadas las actuales circunstancias, con la infección fuera de control y batiendo récord de nuevos infectados cada día, con lo que eso supone de incremento de la presión hospitalaria. Ni nosotros estaremos en condiciones de recibir a los turistas de forma segura por más que se diga, ni lo que es peor, los potenciales turistas de nuestros principales mercados emisores (Alemania, Reino Unido y Francia) estarán mejor que nosotros como para poder hacer turismo y viajar regularmente.
Que nuestros gobernantes insistan en ocultar la dramática realidad que nos acecha, como ya se hizo durante el verano pasado, cuando se nos hablaba de nueva normalidad, corredores seguros y otras zarandajas, solo agudiza la gravedad de la catástrofe. Y solo hay una cosa que pudiera permitirnos estar en situación de comenzar a recibir visitantes en junio o julio: la vacuna. Esa maravilla de la ciencia médica que puede inmunizar a la población de forma masiva y que algunos incomprensiblemente aún recelan de inocularse, basándose en chorradas que unos pocos indocumentados propagan por las redes sociales. Pero hasta en eso vamos mal y llegamos tarde.
Todos los esfuerzos deben encaminarse a la vacunación masiva de la población. Sin descanso. Sin tregua. También los domingos porque como bien sabe la consellera de Salut del Govern balear, Patricia Gómez, el coronavirus no descansa. No hay otra solución para recobrar cierta normalidad y con ella la actividad económica. Porque si no nos mata el virus, nos matará el paro.