OPINIÓN

¡Mamá, miedo!

Jaume Santacana | Miércoles 04 de noviembre de 2020

Durante lo que ahora se viene en llamar como 'primera ola' de la gravísima pandemia causada por el virus Covid 19, la propia inexperiencia, la sorpresa y el pasmo por su aparición ocultaron, de alguna manera, los sentimientos íntimos de los ciudadanos, potenciales víctimas de las malas artes del bicho en cuestión.

Fue la época, aquella, en la que la llegada del maligno visitante nos pilló a todos y a todas en bolas y en bragas, respectivamente. La bomba cayó a mediados del mes de marzo de este Annus Horribilis del 2020 y su efecto demoledor se produjo hasta su inicial y provisional declive, por allà a finales de junio, justo cuando las autoridades dictaron aquello tan raro de la 'desescalada'.

En este período de tiempo, el ciudadano de a pie (y los de a moto, patinete, coche o avión) quedó encerrado en su casa, solo o con su familia más immediata y cercana. Quedaron para la Historia aquellas imágenes impactantes de calles y plazas solitarias, desérticas, yermas e inhóspitas. Impresionante.

Fueron tres largos meses de vida chocantes, misteriosos y algo exóticos, si a ustedes les parece bien el curioso calificativo. El caso es que la población obedeció (tuvo que obedecer, sí o sí, tal como se estila hoy día) y, sin rechistar, se quedó en casita amasando pastelitos y con una única cita diaria en las agendas: a las 20'00 horas, salida al balcón a aplaudir a los sufridos y agotados sanitarios. La catástrofe económica, derivada de la médica, se intuía, pero todavía no daba señales rojas y, por lo tanto, hubo pocas críticas a la gestión gubernamental y, claro, menos manifestaciones populares.

La mente individual e indivisible del personal confinado no llegó -durante este período citado- a mostrar signos internos de deteriodo o confusión y, al margen del normal transtorno cerebral debido a las evidentes circunstancias, en general, aparecieron pocos casos de demencias transitorias o patologías específicas con derivaciones hacia el terreno del miedo o el pánico.

Bien, este lapso de tiempo ya pasó. Ahora mismo, noviembre del mismo fatídico 2020, ya estamos centrados en lo que se viene en llamar (con toda la lógica científica y numérica ordinal) 'segunda ola'. Y ahí tenemos dos aspectos nuevos que se añaden a la situación anterior. Por un lado, la situación económica ha mostrado ya el desastre con todas sus consecuencias; y, por el otro, el miedo se ha instalado en nuestros cerebelos, y nuestros pelos están en posición de 'a punta'.

La colosal cifra de personas humanas y sus familias que están quedando destrozadas desde el punto de vista pecuniario es del todo preocupante; hoy hay, en pueblos y ciudades, una nueva realidad ocupada por el paro y la miseria: una tragedia, vamos. Y, además, por aquel refrán castellano tan característico y ejemplar que reza “a río revuelto, ganancia de pescadores”, las perfectamente legales y lógicas protestas de los afectados por las medidas anti virus y sus efectos, cierran sus actos con actos salvajes y vandálicos producidos por “elementos incontrolados” que ni se sabe de dónde proceden ni quienes los ejecutan.

Ya se sabe que la expansión de los fuegos es insensata, rápida y inconsciente. Situación peligrosa, ésta, en la que grupúsculos de imbéciles combativos (la causa es lo de menos) se adueñan de los espacios comunes y van a por todas con el común denominador de la violencia y el sinsentido. Veremos.

En el plano individual, mucha gente -nunca sabremos cuánta, pero mucha; por no decir muchísima- empieza a constatar que en su interior se está instalando un sentimiento que no existía hasta el momento: el miedo. Viendo que la propagación de la pandemia no cede ni decrece -más bien aumenta- se cuece en la 'psico' de las personas una reacción de pánico ante lo que está pasando y, sobre todo, ante lo que puede llegar a pasar. Negras tinieblas se apoderan de la mente humana y riegan el cerebro con futuras imágenes terroríficas, en las que la carnicería y la hecatombe configuran un apocalipsis apoteósico.

Así que, en esas estamos. Disculparán ustedes la visión negra y espesa de mi relato pero, la verdad, la cosa está muy chunga y, si no empeora, tardaremos mucho tiempo en tirar cohetes.

No les voy a despedir con aquello del “cuidense”, porque es una expresión que no soporto por paternalista y reiterativa; pero, vamos, trátense ustedes bien, recen los que saben, y vislumbren algo de esperanza los que pueden.

¿Todo irá bien?


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