OPINIÓN

Hacia la calamidad

Emilio Arteaga | Martes 27 de octubre de 2020

Vaya por delante que reconozco que gobernar en la situación actual de pandemia es un reto dificilísimo y que no querría estar en la tesitura de los políticos que tienen en estos momentos la responsabilidad de gestionar la cosa pública y lidiar con el día a día de la crisis sanitaria, económica y social en la que estamos inmersos.

Pero una vez dicho lo anterior, no cabe duda de que la acción de gobierno de nuestros políticos, todos, gobierno central, gobiernos autonómicos e incluso gobiernos municipales de las grandes ciudades, ha sido muy deficiente y nos ha llevado al momento actual en el que la pandemia está desbocada y las perspectivas para el futuro inmediato son muy inquietantes, por no decir directamente negras.

Toda la acción de nuestros gobiernos desde el principio, incluso desde antes del principio, se ha caracterizado por la toma de decisiones e implementación de medidas tardías e insuficientes. Solo cuando se decidió el confinamiento total, que es la disposición más extrema, se consiguió un resultado positivo en la contención del progreso de la infección. Pero incluso esa decisión se tomó tarde y la salida se hizo de manera apresurada e irresponsable.

A partir del fin del confinamiento todo ha ido de mal en peor. Se ha querido intentar que la economía no se hundiera, pero tampoco se han arbitrado las políticas imprescindibles para preservar una actividad económica suficiente. Todo ha quedado en medidas a medio camino, ni se han adoptado decisiones encaminadas a contener la pandemia de un modo efectivo y sostenido en el tiempo, ni se ha protegido adecuadamente a todos los sectores que inevitablemente se habían de ver gravemente afectados. Las medidas han sido en muchos casos erráticas, contradictorias, discordantes e incoherentes. Al final, tenemos la pandemia desbocada y la economía hundida.

También los ciudadanos hemos de hacer examen de conciencia. No nos hemos comportado, ni nos estamos comportando, como deberíamos como colectividad. Hay un porcentaje inaceptablemente alto de la sociedad que por razones difíciles de entender parece considerar que la pandemia no va con ellos y que se dedican a saltarse todas las recomendaciones y las normas que se van emitiendo desde las autoridades. Cada día tenemos noticias de fiestas multitudinarias en fincas o casas privadas, basta pasear por las calles para ver a personas en las terrazas sin mascarilla y sin respetar a distancia de seguridad, o las colas de los supermercados, o los parques, las playas y el entorno rural donde nadie respeta la distancia, la gente se reúne en grupos de mucho más de seis personas y nadie o casi nadie lleva mascarilla.

La pandemia está fuera de control en toda Europa, a diferencia de Asia, donde esta segunda ola es mucho más suave y tiene mucha menos incidencia en la vida diaria. La diferencia está probablemente en la distinta manera de entender la pertenencia a una sociedad entre los ciudadanos asiáticos, mucho más respetuosos con el concepto del bien social y más disciplinados en el cumplimiento de las normas que emanan de los gobiernos y los europeos, más individualistas y tendentes a la confrontación con las normas que se nos indican. Y dentro de Europa no es extraño que los más individualistas y contrarios a seguir las reglas que somos los latinos seamos los que estamos peor: España, Francia, Italia a la cabeza, pero toda Europa se encuentra al borde de un nuevo confinamiento total, que será catastrófico para la economía.

Las últimas medidas, toques de queda, confinamientos perimetrales y similares llegan, como hasta ahora, demasiado tarde, se tendrían que haber tomado hace dos o tres semanas y serán ya insuficientes.

Si algún fenómeno intrínseco de la propia pandemia, que ahora mismo no se adivina, no lo remedia, vamos directos a un nuevo confinamiento y a la saturación de nuevo del sistema sanitario, cuando los profesionales no se han recuperado aún del anterior y muchos están exhaustos, desmoralizados y deprimidos.

Es otra demostración de la ineptitud de nuestros gobernantes en esta crisis.

Los profesionales y el sistema sanitario son la primera y más importante línea de defensa contra las consecuencias del avance de la pandemia en cuya contención han fracasado las medidas sociales de mascarilla, distancia, higiene y autoaislamiento y los políticos siguen sin dotar al sistema del personal necesario. El mejor equipamiento tecnológico es inútil si no se dispone de personal entrenado que sepa utilizarlo para la atención de los pacientes.


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