OPINIÓN

Las risas de los muertos

Jaume Santacana | Miércoles 09 de septiembre de 2020

Yo no se, queridos lectores, si a ustedes les ocurre lo mismo que a mi o no. Desde luego, no me estoy refiriendo a nada trascendente que pueda cambiarles su prefijada mentalidad. Se trata, sólo, de una percepción que invade mi mente y que, indolora, se pasea por mi cerebro como aquel que no quiere la cosa; pero repito, nada del otro mundo y nunca mejor dicho.

La cosa consiste en que, por mucho que lo intente, no consigo recordar las risas de los finados que me constan como seres queridos, ya sean éstos padres u otros familiares como amigos y conocidos.

Puede parecer que estoy planteando una solemne tontería; y, muy probablemente, lo sea, pero esto no quita que un servidor se sienta preocupado por la cuestión y que, a menudo, dicha bobada se convierta en una ligera obsesión.

Reitero el planteamiento inicial: no logro hacerme a la idea de cómo se reía mi padre -para poner un ejemplo- cuando alguna cosa le conducía a mostrar su alegría así, sin más, sin tapujos o condicionamientos concretos. No hablo de sonrisas; en este sentido mantengo en mi retina multitud de ocasiones en que mi progenitor sonreía. Y, además, por si fuera poco, puedo -en caso de necesidad- recurrir a las tan sobadas fotografías gracias a las cuales salgo de dudas de una manera ágil y rauda. Llego incluso a recordar, sin excesivo esfuerzo, su voz, su forma de hablar, su fonética, su tono y sus matices, aunque no su risa, sus carcajadas o, si mucho me apuran, sus alborozos o risotadas. ¿Me preocupa? Pues sí, la verdad, no lo puedo remediar.

El asunto quizás se podría resolver si pudiese invocar a la visión de alguna película antigua (de esas de cine amateur en 8 o 16 mm.) o, en su caso, a algún vídeo de tipo familiar, de esos que se gravaban en fiestas o festejos, en bodas o comuniones o en excursiones o viajes; pero resulta que no tengo ninguna reproducción de estas características, por lo que me es del todo imposible propagar o repetir imágenes de esta índole; fatalmente.

Ya lo he comentado: lo mismo me pasa con otros familiares o amigos, aunque sean, éstos últimos, de tipo íntimo.

Mi pregunta es la siguiente: ¿por qué motivo me sucede esta rareza poseyendo el que subscribe una memoria abundante en detalles y percepciones? Puede que mi padre -para seguir con el arquetipo ya citado- no fuera de grandes risas pero esto no me consuela. A veces, en las reuniones familiares o con sus amigos, contaba chistes; malos, malísimos, pero chascarrillos al fin y al cabo y estoy seguro de que se reía a colmillos abiertos; bueno, a mandíbula abierta, como se suele conocer la expresión.

No les aburro más y tiro la toalla, no sin antes dejar el tema abierto y con la esperanza de que, si a alguno de ustedes, queridos lectores (si los haya) les ocurre lo que a mi, se puedan poner en contacto conmigo -sin ningún tipo de compromiso- y hacerme saber sus opiniones al respecto. Les quedaré muy agradecido.

Para demostrar que no padezco una patología psicótica de órdago, les voy a confesar que también me preocupa la desigualdad económica y social, la apertura de las escuelas en época de pandemia, la política territorial en la España de las Autonomías, el rumbo del tema Leo Messi, la cosa taurina, la desaparición del Rey emérito, el racismo en casa de Trump e incluso la clonación de ovejas. ¡Que quede claro!


Noticias relacionadas