OPINIÓN

Prefiero ser idiota

Carmen Cordón | Miércoles 17 de junio de 2020
Prefiero ser idiota

He llegado a la conclusión de que no hay como ser idiota para vivir feliz. Creo que ese era mi caso cuando era pequeña, en aquellos tiempos ingenuos en los que yo entendía el mundo de forma sencilla. Había indios y vaqueros; hombres y mujeres; buenos y malos; policías y ladrones; blancos, negros, indios o amarillos (y acudir a alguno de estos cuatro adjetivos para definir su raza no era una ofensa)… Tiempos candorosos en los que incluso estaba convencida (ingenua de mí) de que lo contrario a la dictadura era la democracia. Pero ahora descubro el pastel de que lo contrario a dictadura, y a esto que hoy nos venden como “democracia”, es sencillamente LIBERTAD, y que no hay sistema ni gobierno en todo el mundo que parezca tener interés alguno en defenderla y menos aún en la sociedad idiotizada en la que estamos inmersos.

No sé si han oído hablar del lío que se ha montado en el prestigioso diario norteamericano New York Times (de ideología progre y célebre por su compromiso con la libertad de pensamiento) por publicar una columna de opinión firmada por el senador de Arkansas Tom Cotton, en la que él defendía la necesidad de usar al ejército para garantizar el orden y la seguridad ante los disturbios, saqueos y actos de inusitada violencia que asolan EEUU con la excusa del homicidio de George Floyd (un delincuente negro) a manos de un policía (blanco). Resulta que la mayoría de los jóvenes trabajadores del periódico (intoxicados todos en las universidades donde nadie pía contra la corrección política), la horda de cancelaciones de suscripciones al periódico (que dio un subidón sin precedentes al posicionarse contra Trump) y los miles de mensajes al periódico rasgándose las vestiduras por publicar esa opinión contra el establishment del “black lives matter” pusieron de rodillas al librepensamiento del que hace gala su editor y finalmente claudicó con disculpas y auto censura. Si un diario como el New York Times no tiene la fortaleza para soportar la presión y mantener una opinión de una tribuna libre y firmada, apaga y vámonos. La libertad ha muerto.

El otro día leí un tweet: “El mundo occidental se ha convertido en un puñado de niños apartando meticulosamente del plato todo aquello que no les gusta” de Jose Ignacio Wert. Totalmente de acuerdo con él.

No sé si mi solitaria posición de pensamiento libre ante la vida es consecuencia de haber sido criada y educada en los tiempos de la recién estrenada democracia tras la dictadura de Franco, en la que se exigía el estudio de Filosofía, pero a mí me parece de cajón que ninguno desde nuestra limitada individualidad tenemos el poder del conocimiento total. Es decir, yo soy consciente de que es imposible una correspondencia absoluta (al cien por cien) de lo que es la realidad y lo que yo pienso que son las cosas. Al menos una parte de lo que yo creo probablemente estará equivocada y, aunque no sé cuál es, el mero hecho de ser consciente de ello me lleva a buscar para entender. Pero si uno niega, cancela suscripciones, cambia de canal y censura todo lo que no quiere oír porque le “ofende”, se pierde la posibilidad de aproximarse a una realidad más fiel con todos sus matices. Ése es el problema hoy en día, ya nadie quiere cerrar esa distancia entre la realidad y lo que pensamos. No se admite ni la menor discrepancia y si no comulgas con la dictadura del establishment se acabó la conversación incluso antes de empezar. Si quieres hablar de ello eres un facha liberal recalcitrante al que hay que exterminar.

Vivimos tiempos oscuros en los que hasta el gran altavoz de la progresía mundial como es el NYT ha dejado de defender la libertad de opinión y el debate abierto, ahora anula posiciones ideológicas contrarias y se rinde a la dictadura del capital de suscriptores que le sostiene. Una dictadura de medios de comunicación que además ha unido su destino a los partidos políticos (todos), que en lugar de tratar de liderar la opinión pública con sus propuestas solo buscan la opinión imperante para ponerse al mismo paso, asimilando las ideas de los grupos más activistas, beligerantes y con mayor proyección en los medios que están a merced de la idiotez humana emocional e iletrada. Así pues, como dice Javier Benegas en Ideología Invisible, nos enfrentamos a un nuevo y temible totalitarismo incrustado dentro del propio poder que compra voluntades, proporciona prebendas a quienes son sus cómplices… y castiga con la muerte civil a quienes lo desafían. Lo dicho, mejor ser idiota.


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