Acabamos de conocer que el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2020 será para los sanitarios que han luchado en primera línea contra el coronavirus, un reconocimiento que no hace otra cosa que institucionalizar el aplauso con que la sociedad les agradecía su encomiable y sacrificada labor por salvar la vida de miles de enfermos.
Sin embargo, también ha habido comportamientos absolutamente deplorables que no tienen perdón de Dios. Deserciones en el cumplimiento del deber, ya sea por miedo, ya sea por falta de medidas sanitarias con que garantizar la seguridad y salud de los trabajadores. De eso no ha hablado nadie, pero empieza a ser el momento.
Durante más de dos meses no he conseguido que un dentista me quisiese visitar. Todos consideraban que la rotura de un empaste no suponía una urgencia, aunque se tratase de una muela y hubiese peligro de perderla. Mala suerte. Si no te duele, te esperas. A partir de ahora, cada vez que oiga a un odontólogo sermonear sobre la importancia de la salud bucodental, recordaré que estuve casi mes y medio sin conseguir encontrar a uno que quisiese examinarme siquiera. El decreto de alarma y la obligación del cese de actividades no les era de aplicación a los dentistas, como profesionales sanitarios que todos creíamos que eran. Habrá excepciones pero yo no encontré ninguna. El Colegio de Dentistas de Balears se comportó siempre como un sindicato y no como una entidad colegial. Solo parecieron preocupados por la salud de los profesionales, lo cual me parece fantástico, pero la salud de los pacientes se la traía completamente al pairo. Este colectivo, puesto frente a los sanitarios que se han hecho merecedores del Premio Princesa de Asturias, resulta profundamente deleznable.
Otro colectivo que ha caído en el peor de los descréditos ha sido el de los docentes. Me duele muchísimo criticarles, porque se trata de una profesión que siempre he admirado. Pero quitarse de en medio de esta forma tan indecorosa y cobarde solo puede producir desprecio. De todo habrá, como en botica, pero ya critiqué aquí mismo que pretendiesen desertar a la hora repartir las tarjetas prepago para procurar alimento a los niños de familias sin recursos (estuvieron de acuerdo con la medida pero los sindicatos de docentes exigían que fueran otros quienes lo hicieran y no ellos) y fíjense las fechas que estamos y ellos siguen en sus casas y los colegios e institutos están cerrados.
No sucede en todo el país, por supuesto, pero los docentes de Baleares han antepuesto su comodidad y bienestar a la enseñanza de los escolares que están a su cargo y a los que tienen la enorme responsabilidad de formar. Les ha importado un pimiento todo, aunque el responsable último de este desastre ha sido el conseller d'Educació, Martí March, que se ha consentido que aquellos impusieran su voluntad sin atender al bien común.
Quizá sea hora que la Fundación Princesa de Asturias cree un premio para aquellas personas o colectivos que han mostrado con su comportamiento egoísta e incívico que merecen ser llamados desertores. Y ser detestados por ello con toda justicia.