Uno de los objetivos fundamentales, quizás el que más, en la gestión de la pandemia Covid19 debería ser el de reducir la tasa de contagio por debajo de 1, esto es, que por cada infectado se contagie menos de una persona. Solo así se conseguirá el ansiado descenso de la ya famosa curva de contagio y el control de la epidemia.
Eso se puede conseguir mediante una aislamiento estricto, como el que hicieron los chinos en Wuhán y el que, no tan exigente, hemos tenido aquí las últimas seis semanas. En China se ha demostrado que con un cumplimiento absoluto y sostenido en el tiempo, se consigue la contención del brote, pero tiene una importantísima consecuencia económica. El terrible daño a la economía es lo que ha movido a la mayoría de los gobiernos de los países europeos, que han sido los más afectados en los últimos dos meses, a iniciar programas de disminución progresiva de la rigurosidad del confinamiento.
Pero no todos partimos de la misma posición. En España e Italia, y probablemente en Francia, el número de nuevos casos y nuevas defunciones, aunque descendiente, es aun muy elevado. No está claro en absoluto que la tasa de contagio sea inferior a 1, ni siquiera que sea 1, por lo que un plan como el que se está implementando, por fases consecutivas sin periodo intermedio, que permitiera evaluar el resultado antes de pasar a la fase siguiente, parece precipitado y aventurado.
Está claro que el gobierno tiene prisa por reactivar la economía, ya que las previsiones son muy malas, de seguir durante demasiado tiempo con la parálisis casi total. Pero un eventual rebrote de la epidemia, que obligue de nuevo al confinamiento estricto, tendría consecuencias catastróficas. Para evitarlo, es necesario detectar con rapidez todos los casos nuevos y proceder a su aislamiento, así como realizar un control exhaustivo de todos sus contactos. Pero para ello hace falta disponer de tests rápidos y fiables de PCR y del personal suficiente para realizarlos y para hacer los estudios epidemiológicos personalizados.
No parece que, en estos momentos, dispongamos de esos tests en cantidad suficiente, ni de la capacidad de afrontar el gasto que suponen, ni tampoco del personal suficiente para realizar los controles epidemiológicos. Además, sería necesario que todo el mundo llevara mascarilla cuando sale de casa e interacciona con otras personas, pero el gobierno solo ha declarado obligatorio el uso de mascarillas en el transporte público. También se debería vigilar el cumplimiento escrupuloso de las instrucciones para la práctica deportiva, cosa que, como hemos visto en los reportajes de la televisión, ha distado mucho de ser realidad. El amontonamiento de corredores, patinadores, ciclistas y usuarios de todo tipo de artilugios rodantes ha sido habitual este fin de semana, sobre todo en las grandes ciudades.
Así pues, parecería que el plan de “desescalamiento” del gobierno tiene un algo de precipitado y de cierta confianza en que la llegada del calor favorecerá el descenso del número de contagios. Pero contar con la clemencia de los dioses del clima es como jugar a la ruleta rusa con balas en la mitad del tambor del revólver. Si las previsiones fallan y se produce un rebrote de la epidemia, tendríamos que volver a la reclusión probablemente durante más tiempo que el que ya llevamos y las consecuencias económicas y sociales serían mucho peores.
Además, debería el gobierno considerar seriamente que conviene tener la Covid19 bajo control antes del otoño, ya que, en caso contrario, podríamos enlazar con la onda epidémica de la gripe de la temporada que viene, con lo que ya no tendríamos un epidemia sino una sindemia*, esto es, dos epidemias simultáneas o consecutivas que se potencian.
*Sindemia es una contracción procedente del inglés “synergistic epidemic”, epidemia sinérgica.