Hasta no hace aún mucho tiempo, casi todos solíamos utilizar con una cierta asiduidad frases o sentencias relativas a la bondad de poder estar en casa el mayor tiempo posible, aunque nuestra casa pudiera ser en realidad un pequeño habitáculo de apenas 25 metros cuadrados o un pisito del extrarradio en donde viviera una familia más numerosa aún que la de la película «Sonrisas y lágrimas». Frases como «mi casa, mi castillo», «hogar, dulce hogar», «por fin en casa» o «como en casa en ningún sitio», siguen siendo aun ahora igualmente válidas, aunque tal vez en algunos casos sería necesario matizarlas o puntualizarlas hoy un poco.
Hemos de reconocer que estar confinado en casa no siempre resulta agradable, pero hay que considerar también que la situación contraria, la de no poder estar en ella por distintas razones, no suele ser tampoco demasiado fácil. Uno de los ejemplos más paradigmáticos en ese sentido sería el del protagonista de la película «E.T.», ese pequeño ser extraterrestre con el cual nos podíamos sentir plenamente identificados a pesar de ser un personaje de ficción. Con sólo cinco palabras, «mi casa, teléfono, mi casa», E.T. expresaba a la perfección el sentimiento de extrañeza y de soledad que podemos llegar a sentir cuando nos encontramos lejos de nuestro hogar.
Una duda que siempre tuve y que nunca llegué a resolver era, precisamente, a qué se refería E.T. cuando decía «mi casa». ¿Era tal vez el planeta del cual procedía? ¿O a lo mejor un adosado ubicado en alguna luna acogedora? ¿O quizás una nave nodriza interestelar? En cambio, cuando E.T. decía «teléfono» y señalaba uno con su dedo iluminado, la cosa sí parecía estar en principio algo más clara, ya que cuando en 1982 se rodó la película los únicos teléfonos que existían, al menos en la Tierra, eran los que teníamos en nuestras casas y los que había en las cabinas telefónicas.
Como seguramente todo el mundo ha visto al menos una vez esta maravillosa película del gran Steven Spielberg, no creo que vaya a hacer ahora ningún «spoiler» si recuerdo que al final del filme una nave extraterrestre se llevaba a E.T. de vuelta a casa, fuese cual fuera su hogar finalmente. Aun así, justo antes de partir E.T. le decía a su amigo Elliot «estaré aquí mismo», dando a entender que si algún día necesitase su ayuda, a pesar de la mucha distancia, podría contar siempre con ella. Esa preciosa frase, «estaré aquí mismo», podría ser también ahora uno de nuestros más ciertos y luminosos lemas.