Europa sigue pendiente de acordar una estrategia común para afrontar la crisis económica que ya se deja notar como consecuencia de la pandemia de coronavirus. Un ejemplo de esta falta de entendimiento entre países se produjo este jueves cuando la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno acabó sin un acuerdo, remitiéndose a un nuevo encuentro dentro de quince días.
Las posturas sitúan, por un lado, a Italia y España -los países que de momento están siendo los más castigados por el virus- que pretenden la puesta en marcha de una especie de Plan Marshall que reactive la economía. Por otro, un conjunto de países encabezados por Holanda y Alemania, que se oponen a tal solución y defienden que cada país salga de la crisis con sus propios recursos. El debate duró seis horas tras las que el único acuerdo fue que durante dos semanas se presentarían nuevas propuestas de cara a adoptar una decisión definitiva.
De momento, la falta de acuerdo es total, lo que pone de manifiesto -una vez más- las diferencias regionales entre unos socios que deberían procurar la búsqueda de un objetivo común. En Europa, norte y sur están condenados a entenderse en la medida que quieran progresar juntos y lograr una posición mundial que permita a la Unión hablar de tú a tú ante potencias como Estados Unidos o China.
Ninguna otra situación como la actual, en la que están en juego vidas de ciudadanos, refleja la necesidad de que la Unión Europea actúe de una forma rápida, coordinada y generosa. Y en esta acción se deberían tener muy en cuenta las necesidades de aquellos países que están siendo más castigados por la pandemia, como es el caso de Italia y España. Reaccionar de forma cicatera y egoísta conduce a un perjuicio común si de lo que que se está hablando es de un continente que quieren mostrarse al mundo como un ente unido.
En un momento de crisis como el actual, los 27 -que aún deben digerir el episodio del Brexit- deberían inspirarse en el espíritu que iluminó a los fundadores de la Unión y a todos aquellos que la fueron haciendo crecer con los años. Ese espíritu va más allá de ser un simple club de intereses económicos compartidos. Al contrario, se basa en la solidaridad y el apoyo mutuo. No avanzar por ese camino equivale a descartar cualquier opción de tener influencia en las decisiones que marquen el futuro del mundo y, a la vez, darle alas a los nacionalismos y al sentimiento euroescéptico que, cada día más, anida en muchos ciudadanos del continente.