Una de las consecuencias más dramáticas de la pandemia del Covid-19 es la espantosa soledad en la que traspasan los que fallecen y la tristeza y desesperación de sus familiares, que no pueden acompañarlos en sus últimos momentos y ni tan siquiera despedirse, velarlos, ni realizar un funeral y una inhumación, o cremación, con reunión de la familia, debido a los aislamientos y cuarentenas, desgraciadamente necesarios por motivos de salud pública, para minimizar el peligro de diseminación de la enfermedad.
Este hecho, nos dicen los psicólogos, tiene efectos devastadores sobre los familiares, ya que les impide desarrollar adecuadamente el duelo necesario para asumir la pérdida y genera situaciones de ansiedad y depresión, que se añaden a la lógica tristeza por la desaparición de sus seres queridos.
Y las muertes provocadas por la pandemia tienen también un efecto muy negativo sobre la moral de la sociedad en general. El goteo diario de información sobre el número de afectados y el de muertes genera inquietud, preocupación y, cuando los números crecen de forma exponencial día a día, como es el caso en estos momentos, auténtica angustia en muchas personas.
Y es muy preocupante el número de muertos en España, que es de los más elevados del mundo, no solo en cifras absolutas, sino, mucho más alarmante, en términos relativos de muertes por millón de habitantes. Aunque es innegable que las cifras de infectados no representan la realidad de forma homogénea en todos los países, ya que algunos hacen muchos más tests diagnósticos y, por tanto, detectan muchos más casos, los cálculos de muertos por millón de habitantes reflejan de modo mucho más uniforme la realidad.
Las cifras hasta el 21 de mayo indican que España es el segundo país del mundo en muertes por millón de habitantes, 21,43, por detrás de Italia, 66,69, por delante de Irán, 17.6, y muy por delante de otros países europeos, todos por debajo de 7. Estas cifras con muy esclarecedoras del avance a pasos agigantados de la epidemia en nuestro país, siguiendo los pasos de Italia y muy preocupantes, pero son cifras globales que no componen un cuadro suficientemente detallado de la realidad de la situación.
Si se desglosan las cifras por territorios, los datos devienen demoledores. En Italia: Lombardía, 254 muertos por millón de habitantes, Toscana 12,6, Sicilia, menos de 1. En España: Madrid: 121, Catalunya, 15,9, Murcia, menos de 1. Queda claro que las cifras globales por países enmascaran la realidad interna y las brutales diferencias entre territorios, aunque nuestro ínclito presidente Sánchez diga que el virus no distingue entre ellos para justificar no confinar alguna comunidad autónoma, aunque, contradiciéndose, sí que cierra las fronteras exteriores.
La evolución de la curva de infección y mortalidad en España es paralela a la de Italia, con unas semanas de retraso, pero Italia aisló la Lombardía y el Véneto y España, en cambio, no ha querido confinar Madrid, ni tampoco quiere hacerlo con otras comunidades que, como Catalunya, lo han solicitado. Y, finalmente, Italia ha decretado el confinamiento total de todo el país, con cese absoluto de toda actividad que no sea la estrictamente esencial. El gobierno español, pese a la evidencia de la evolución de la situación en el país transalpino, sigue resistiéndose al confinamiento total.
Otros países, como Dinamarca por poner solo un ejemplo, han tomado medidas radicales con mucha presteza en cuanto empezaron a detectar un aumento significativo del número de casos y tienen cifras de mortalidad mucho más contenidas.
Pedro Sánchez y su gobierno, con el decreto de alarma, han asumido todo el poder y control y, por tanto, también toda la responsabilidad. Su discurso al anunciarlo fue muy tajante, no habló de colaboración con las comunidades autónomas, de colaborar para afrontar juntos la emergencia, sus palabras exactas fueron “todos detrás del gobierno”, detrás, no al lado, detrás.
Cuando pase la epidemia y llegue el momento de hacer balance no habrá excusas, solo habrá un responsable, el gobierno de Pedro Sánchez. Quien se arroga todo el poder, se adjudica toda la responsabilidad.