OPINIÓN

Venecia: Carretillas por un tubo

Opinión mallorcadiario.com

Jaume Santacana | Miércoles 19 de febrero de 2020

Regreso a la capital del Véneto, a la sede de la República Serenísima, al territorio imperial del Dux. La ciudad de los canales se me ofrece -una vez más- con todo su esplendor, su belleza, su originalidad y su misterio. Una luz tamizada -entre nieblas y brillanteces- se posa, suavemente, sobre las fachadas de los suntuosos palacios del siglo XVIII y baña los geniales lienzos de Francesco Guardi, Pietro Longhi y Giovanni Battista Tiépolo.

Venecia, más que una ciudad es un mundo. Su estructura geográfica y topográfica la hacen de una singularidad impecable y, a la vista del paseante, su hermosura, finura y delicadeza penetran hasta lo más hondo de su ser. Es muy complejo sustraerse, en su deambular, del encanto que acumulan sus callejuelas entrecruzadas con canales y sus puentes respectivos.

La ciudad “mojada” ha cambiado enormemente desde que -tiempo ha- la visité por primera vez. Aunque, en el fondo, su peculiaridad resta impoluta, no queda ya en el recuerdo ni uno de los miles de gatos que pululaban por los callejones y soportales (algunos muertos sobre los ancianos adoquines o flotando en unos canales pestilentes y nauseabundos); los restos de basura desperdigados ante los portales; o sus fachadas descoloridas y desvencijadas. En resumen: una ciudad dejada de la mano de Dios, eternamente preciosa pero descuidada y sin un ápice de esmero o meticulosidad en su aseo más primario.

Permanece, eso sí, su impenetrable silencio, una de sus más preciadas virtudes, roto, solamente, por el taconeo de los caminantes y las conversaciones cazadas al vuelo.

He tenido, en esta ocasión, remarcable, la enorme suerte o casualidad de poder vagar por sus calles sin el estruendo que producen las masas de “guiris” que, como las palomas, abundan en demasía por todas las ciudades low cost del mundo mundial. A resaltar, sin embargo, el ruido añadido de las ruedecitas maleteras marcando el paso sobre los irregulares adoquines. La jornada de mi partida Venecia se volvió a saturar de una muchedumbre ingente dispuesta a invadir la ciudad con motivo de los famosos carnavales. Me fui a tiempo, gracias a la Madonna que me acompaña habitualmente, tal como Ángel de la Guardia.

Ahora bien, les debo confesar que, durante mi actual periplo por la ciudad de los canales y los “románticos” paseos en góndola, he observado algo que, en anteriores ocasiones, se me había vedado; o no lo supe calibrar correctamente: la presencia masiva de carretillas de todo tipo que circulan, sin parar, por toda la ciudad. Debido a la prohibición (por otro lado lógica y natural) de transitar con vehículos de toda clase -coches, furgonetas, camiones, motos, bicicletas, patinetes y otros inventos tan de moda- el transporte de mercancias destinadas ser consumidas en tiendas, bares, restaurantes, hoteles, cines, mercados y supermercados, sólo alcanza a ser trasladado en grandes barcazas por el Gran Canal o bien por algunos otros canales con algo más de anchura. Dicho lo dicho, el único modo de transporte eficaz entre todas las callejuelas es a través de carretillas las cuales se mueven como pez en el canal. El tráfico de carretillas es tan elevado que, al ínclito paseante, le queda muy poca esperanza de vida durante su visita. Algunos de los carretilleros son auténticos asesinos en serie. Y digo en serie porque los hay que en la parte delantera del cacharro-sin-ruido llevan ya, sin mortaja, algunos cadáveres víctimas de la imprudencia de sus homicidas. Existen transportistas que soportan cargas que no cabrían en muchas furgonetas de reparto de ciudades “normales”, con lo que el golpe mortal contra los transeúntes es de un impacto sensacional. Si se fijan bien, observarán que en el suelo y en los canales hay manchas rojas de la sangre de los pobres visitantes; hay que decir -en honor a la verdad, que los venecianos saben los trucos para esquivar a estos bólidos rodantes.

Venecia es una ciudad -debido a la multitud de canales- con un número de peldaños insólito en el mundo entero. Cada cruce de canal con calle es sorteado por una escalera (bueno, dos: una de subida y otra de bajada; o al revés si se invierte la dirección de paso) y eso, que podría ser una dificultad para los carretilleros, no es obstáculo alguno ya que ejercen la conducción de un modo imparable, preciso y satisfactorio (para ellos, claro).

En su próxima visita a la citada ciudad les recomiendo que se fijen bien en la circulación de estos artefactos y, si pueden, se cuelguen alguna luz en el ojal y en la espalda, aunque no creo que les sirva de mucho: ellos van a la suya y su cuerpo, el suyo querido visitante, pude aparecer, días después, en Murano, Burano o el Lido arrastrado por las mareas tan típicas de Venecia.

Así pues, lo mejor es desistir de viajar a Venecia y quedarse en casita viendo la tele o bordando un tapete para el juego de te.

¡Quedan advertidos!

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