OPINIÓN

Donde se calma el dolor

Josep Maria Aguiló | Sábado 21 de diciembre de 2019
Uno de los libros más hermosos que he leído en estos últimos años ha sido «Lugares donde se calma el dolor» (Ediciones Destino), de César Antonio Molina. Para mí, el libro es hermoso incluso ya desde su mismo título, porque parece anunciarnos que existen lugares en donde literalmente es posible paliar nuestro hipotético dolor o, como mínimo, hacer algo más suaves nuestras melancolías, nuestras añoranzas o nuestras tristezas.

Leyendo esa obra llegamos a convencernos de que, efectivamente, hay algunos lugares en que, sólo con observarlos, con recorrerlos o con sentirlos como propios en el fondo de nuestro corazón, será posible calmar ese vago dolor del alma o del espíritu que a veces nos atenaza a casi todos los seres humanos. César Antonio Molina inicia su recorrido viajero en Nápoles y lo concluye en Damasco. A lo largo del libro nos habla también, entre otras ciudades, de Roma, Trieste, Londres, San Petersburgo, Buenos Aires, Nueva York, Madrid, Praga y, por supuesto, París.

En la capital francesa, Molina recuerda, por ejemplo, una visita al cementerio de Montmartre, en donde encuentra de forma inesperada la tumba de François Truffaut, un cineasta que él ama casi tanto como yo. «Tres rosas rojas, recién cortadas, tapaban su epitafio», escribe, mientras recuerda también la letra de la bellísima canción de Charles Trenet «¿Qué queda de nuestros amores?», que aparecía en los títulos de crédito de una de las películas más tiernas y nostálgicas de Truffaut, «Besos robados».

Mientras leemos esas páginas concretas y muchas otras de «Lugares donde se calma el dolor», nos va embargando casi siempre, sin poder evitarlo, una profunda sensación de melancolía, pues las referencias al pasado y a figuras capitales de la cultura hoy ya desaparecidas son constantes en el libro. Al mismo tiempo, su autor nos va contando, con amenidad, con elegancia, con sencillez y con una gran erudición, qué acontecimientos concretos sucedieron o pudieron suceder en cada uno de los lugares que ha visitado. Esos acontecimientos fueron mágicos y maravillosos en algunos casos, mientras que en otros, en cambio, fueron oscuros y cruentos.

Una vez leído todo el libro, acabamos llegando finalmente a la conclusión, casi sin darnos cuenta, de que ni siquiera en las ciudades más fascinantes y hermosas resulta siempre posible poder calmar del todo determinadas angustias de nuestro espíritu o poder escapar por completo de la tristeza, de la soledad o del dolor.

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