OPINIÓN

Rivera entre dinosaurios

Joana Maria Borrás | Domingo 15 de diciembre de 2019

Rivera comenzó a despertar cierto interés político para mí el día que dimitió, pero ya era demasiado tarde. En aquel momento se hizo patente algo que intuía desde hacía tiempo: un talante demasiado pasional y poco práctico que le hizo virar de izquierda a derecha olvidando por completo la razón de ser del partido que lideraba, esto es equilibrar la balanza entre los dinosaurios para evitar el radicalismo innecesario y poco práctico siempre.

Reconozco la inconveniencia de mezclar pasión y política, los que sobreviven legislatura tras legislatura sonríen a sus enemigos más acérrimos ante los medios y les ignoran inmediatamente después cuando se dan la espalda. Debo reconocer cierto mérito a esa jauría tras el poder capaz de sobrevivir retozando en ese lodazal carente de dignidad o escrúpulos.

Al final resulto que Rivera si los tenía e, incapaz de lidiar con Sanchez y los suyos después de un primer pacto, opto (como buen iluso) por dejar de hablarle y entregarse a muerte a las huestes contrarias pensando que allí encontraría quizás, la inocencia y esa otra forma de hacer política que seguramente creía que existía. Nada más lejos de la realidad: no sólo pudo constatar que esa idea era una simple quimera sino que, habiéndose lanzado al vacío en un acto de desesperación para no tener que salir en la foto sonriendo con quién ya no le caía bien, no calculo bien la velocidad ni el recorrido y se estampo contra frío suelo de la cruda realidad: los votantes perdonan la corrupción de sus partidos; la falsedad de la pose de sus líderes favoritos; pero no perdonan la fragilidad de un líder que se muestra más humano de lo debido.

Yo no hubiera votado a Rivera porque intuía esa incapacidad para medrar entre las hienas que le rodeaban, intuía su fragilidad y su poca predisposición para dar continuidad a ese juego en que consiste dedicarse a la política. Su recorrido en política tenía que ser corto necesariamente porque no daba el perfil. ¿Cuantos “dinosauriopolíticos” han sobrevivido en derrotas más patentes y se han aferrado al cetro desde sus balcones sin entonar un mea culpa y largarse a su casa después? ¿Cuantos adicto dependientes al poder tragan cada día las miserias de su entorno convirtiendo la palabra dignidad en una concatenación de letras sin sentido alguno?

Por eso Rivera me sorprendió el día de su dimisión, porque quizás tengo una predilección especial por los valientes y hay que ser valiente para dimitir en un mundo en el que no lo hace casi nadie. No tengo la menor duda que otro “dinosauriopolítico” de esos del montón que van a vivir el resto de su vida de la política y de nuestros impuestos, hubiera salido ante los medios, nos hubiera castigado con un discurso victimista y se hubiera ido tan tranquilo a su casa para preparar la encarnizada lucha interna del día siguiente. Son de otra especie, adaptados al medio en el que viven, si tienen que teñirse de verde para camuflarse bajo las hojas de los árboles lo harán sin pensarlo dos veces. Rivera en cambio no tenía, es evidente, esa necesidad ni esa vocación.

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