OPINIÓN

¡Más campaña, por favor!

Jaume Santacana | Miércoles 13 de noviembre de 2019

Cuando este escrito aparezca a la luz (el próximo miércoles día 13 de noviembre -mi aniversario, por cierto, gracias- si Dios quiere), hará ya más de cuarenta y ocho horas que los resultados de las últimas elecciones al Congreso y al Senado españoles serán ya conocidos y supermachacados por todos los ciudadanos que residen en la Península Ibérica (lo que hay que hacer para no escribir el nombre de España), con la notable excepción de los portugueses que, por hache o por be, se libraron de ser sometidos a la sacrosanta unidad del Estado Español. La Andorra medieval sigue con la tienda abierta, muchos portugueses trabajando y gente aprovechando las pendientes para patinar montaña abajo con aquella desenvoltura.

Bueno, el caso es que el proceso electoral habrá terminado y con ello la exposición, al desnudo, de muchos de los humanos y humanas dedicados a la noble profesión de políticos (y políticas, claro; no faltaría plus). La campaña de estos últimos comicios (insisto en que ustedes ya conocerán al leer este apunte sus resultados finales, mientras que un servidor lo está escribiendo mucho antes del día de votación y está, por lo tanto, in albis) ha sido breve pero, eso sí, intensa y apasionante.

Desde mi humilde punto de vista, la política -en este período- ha asumido sus más elevadas cotas de servicio a la sociedad y, por si esto fuera poco, sus ejecutivos (los políticos) han puesto toda su carne en el asador y han alcanzado niveles de apoteosis en sus exposiciones de las respectivas ideologías, así como en las instrucciones sobre sus programas de partido y sus percepciones sobre como mejorar el bienestar del país que ellos tan dignamente representan.

Debo confesarles que, en esta reciente campaña (que, aunque breve, ya lleva durando unos cuatro años; sí, ya lo sé, oficialmente ha perdurado sólo una semanita de nada) he disfrutado como una vaca; talmente, ni más ni menos: únicamente por poder contemplar el nivelazo intelectual de casi todos los candidatos (menos los míos, claro está) ya valía la pena instalarse frente a un aparato de televisión en un sillón orejero, tomarse una serie de copas de ron Barceló siete años y pasar a gozar, libremente, de un auténtico espectáculo de sapiencia, dignidad, savoir faire, distinción, elegancia, don de palabra, empatía hacia los demás (candidatos o votantes, que da igual que igual da), sentido de estado, inteligencia funcional, prudencia y, sobre todo, por encima de éstas y otras muchas virtudes, ansias de servir al contribuyente e intentar hacerle la vida más feliz y próspera.

Si por separado -en sus actos, mítines, paseos por mercados, etc.- ya ofrecen muy buena pinta como personas humanas y políticos de laboratorio, verlos juntos en la pantalla es una pasada, un gustazo, un no va más, casi una utopía. Durante el debate de a cinco machotes españoles, cinco, como en los toros, en más de una ocasión, me tuvieron que consolar mis allegados (mi allegada, vamos) ante los efluvios lacrimales que asaltaban mis emocionadas mejillas ante tal despliegue de conocimiento, de inteligencia, de todo y más nunca visto. Y en color (aunque en TVE lo emitieran en blanco y negro, decorado incluido...).

De verdad, hubo momentazos en los que temí por mi integridad física y hasta moral, si me apuran. “¡Mis gobernantes!”, me decía a mí mismo, sollozando de alegría y enternecimiento general. “¡Estos son mis gobernantes! Olé por ellos!” (que no es lo mismo que el lema del debate: ¡A Por Ellos!)

¡Ostras Pedrín!, lo que no alcanzo a entender es por qué motivos ninguno de los cinco se refirió en ningun momento, ni un solo segundo, a Catalunya...

Quiero, necesito, otra campaña, ¡YA! Inmediatamente, por favor. Y en la aorta, a poder ser.


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