Josep Maria Aguiló | Sábado 26 de octubre de 2019
En el último tramo de cada madrugada, poco antes de salir el sol, hay siempre unos instantes en que Palma parece más tranquila, como si nuestra querida ciudad hubiera también descansado como nosotros. Y se despierta entonces luminosa y llena de luz, excepto en los casos en que algunas nubes o determinados nubarrones se lo impiden, como ha ocurrido en estos últimos días. Luego, poco a poco, el sol se va asomando por las ventanas de los edificios más altos y más tarde ya casi por toda la ciudad.
A primera hora, los bares han abierto ya sus puertas. En ellos se congregan personas de casi cualquier edad y condición, normalmente para tomar un primer café bien cargado antes de irse a trabajar o para tomar un último café 100% descafeinado antes de irse a dormir, después de haber trabajado en el turno de noche. Mientras esos cafés se están preparando, acompañados quizás de alguna ensaimada o algún cruasán, se suele hablar de política y de fútbol, de fútbol y de política, pues hay cosas que, por muchos años que pasen y por muchas cosas que evolucionen, casi nunca cambian en nuestro país.
En esos primeros momentos del amanecer, Palma sigue despertándose en otros lugares, en los jardines públicos, en los edificios de la Administración, en nuestras propias casas. En ese nuevo día que nace hay siempre una doble promesa, la de que las cosas nos pueden ir bien y la de que la vida nos puede dar otra oportunidad, para ser mejores, para valorar lo que tenemos, para amar —si fuera el caso—, para intentar aprender o para sentir en nosotros mismos la fuerza y el milagro que significa siempre el hecho mismo de existir.
Incluso las personas que momentáneamente están enfermas o no se encuentran bien, ven a veces con una renacida esperanza la llegada de un nuevo día. Para esas personas, vivir e intentar al mismo tiempo recuperarse es un reto esencial, seguramente el mayor que puedan tener en esas jornadas concretas de padecimiento o de convalecencia.
Cada día, cada mañana, cada amanecer, nos invitan a hacer acto de contrición y propósito de enmienda, más allá de que podamos ser o no creyentes, por los posibles errores cometidos en el pasado y para intentar evitar tal vez otros posibles yerros en el futuro. De algún modo, todo vuelve a empezar de nuevo para la mayoría de nosotros en esas horas primeras, mientras la ciudad comienza lentamente a clarear, poco antes de salir el sol.
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