He oído decir, alguna vez, que para escribir correctamente (y también para asesinar con pulcritud) hay que tener el corazón tranquilo y la mente fría. Hoy -y lo siento mucho- no es mi caso: tengo el corazón ardoroso y la mente calenturienta, caldeada, abrasadora.
Hace cinco días que diversas pandillas de mastuerzos (imbéciles, estúpidos, malnacidos, majaderos, cretinos y necios, entre muchas otras lindezas literarias) me mantienen en vilo sabiendo de sus actos vandálicos en las calles de Barcelona. Bandas organizadas y profesionalizadas en sus tácticas y estrategias de guerrilla (guerra, directamente) urbana se mueven, hábiles, agazapadas por la oscuridad de la noche, y llevan a cabo sus funestos actos planificados a la casi perfección y sus fechorías más ruines para autohomenajearse y creerse más hombres, más ídolos, más dioses.
Suelen ser -son, son- jóvenes descerebrados que, sin superar las frustraciones que la vida les ha ofrecido, sólo ven una salida posible a la mierda de existencia que les ha tocado en suerte o, más bien, en desgracia; para ellos y para el resto de la humanidad. El mejor favor que esta gentuza podría haber realizado al mundo en general hubiera sido el de no haber nacido; pero, claro, esta operación ha fracasado y ahora nos toca a los sensatos recibir su mala leche -¡mala, muy mala!- y pringar con sus particulares, íntimas y asquerosas guarrerías callejeras.
Sus consignas (las que se reparten en su peculiar horario de trabajo, en la siniestra penumbra) están vacías de contenido. Joden (que no luchan, los muy cobardes) por nada, a cambio de nada; ni tan siquiera del más ínfimo ideal, ni que este ideal fuera maligno. No. Puede que cobren cierta pasta por contribuir, activamente, al deterioro de la sociedad, al caos vertiginoso y a la podredumbre comunitaria, de manera harto eficaz. Tienen la misma dignidad que el culo de los mandriles y su política es la pura destrucción de todo, incluyendo en este todo, su todo particular, es decir, su propio yo desfigurado por el odio, su ojeriza y su inquina a todo aquello que huela a positivo, a humanización o a respeto, o sea, a civilización.
Voy a dejar en blanco, sin resolver, algunas otras preguntas que van volando por el cielo rojizo y llameante de la capital de Catalunya: ¿quién paga -si lo hubiere- a estos sinvergüenzas malvados ? ¿A quién benefician sus labores terroristas? Antes de que llegara esta chusma sin actividad funcional en el cerebelo ¿hubo violencia durante el procés? ¿Fue correcta la prisión preventiva durante dos años aplicada a líderes pacíficos que estabilizaban situaciones? ¿La sentencia ha ayudado a la convivencia cívica y ha devuelto la política a la gobernabilidad? ¿Puede ser que aquellos que pedían aplicar el artículo 155 cuando todas las manifestaciones se realizaban sin un papel en el suelo necesitaran algunas “muestras” de violencia y que estos grupúsculos de malparidos se la hubieran ofrecido en bandeja? ¿Será que los gamberros, con sus violencias salvajes, ocultan algunos políticos que, manifiestamente, son inútiles, que no tienen ni idea de servir al pueblo ni de gestionar (como ahora está de moda) el buen gobierno? ¿La famosa sentencia iba a pacificar Catalunya? ¿La prensa, radio y televisión del “Centro” del país ayudan a controlar el conflicto o -sin conocimiento real de la situación- actúan como pirómanos bomberos? ¿La ingenuidad de algunos ilusos ha propiciado la coyuntura actual? Se puede arreglar alguna cosa dialogando? Como dice “no se quién”: ahí lo dejo.