OPINIÓN

Atardecer en París

Josep Maria Aguiló | Sábado 31 de agosto de 2019
Me gustan las ciudades al atardecer, con esa luz tan peculiar que nos dice que poco a poco se va acabando ya el día. En primavera y sobre todo en verano, esa luz crepuscular es un poco más clara y prolongada que en invierno, con un color purpúreo o violáceo además algo distinto.

Durante el estío, esos últimos momentos del día son ideales para celebrar una fiesta al aire libre, quizás junto al mar, con música en directo y con velas o pequeñas lucecitas de colores decorándolo todo, en el marco de un elegante y selecto ambiente. Otra opción también muy interesante puede ser quedar con nuestra familia o con nuestras amistades para cenar, tomar un helado o charlar un rato mientras paseamos un poco por aquí y un poco por allá.

La luz del crepúsculo, tanto la primaveral como la de los largos meses de invierno, puede ser igualmente muy hermosa cuando la contemplamos en una fotografía, en un cuadro o en un filme. Recuerdo ahora que en una de las mejores y más hermosas secuencias de la nueva versión de «Sabrina» (1995), que dirigió el gran Sydney Pollack, la joven protagonista le escribe al atardecer una carta a su padre. Él vive en Estados Unidos y ella está sentada en ese momento en una pequeña y coqueta cafetería de París.

«En la acera de enfrente alguien toca ‘La vie en rose’. La tocan para los turistas, pero siempre me sorprende que me conmueva. Sólo en París, donde la luz es rosa, puede tener sentido esa canción. La llevaré conmigo cuando vaya a casa. Y de ahora en adelante la llevaré siempre conmigo a donde quiera que vaya», escribe Sabrina (Julia Ormond) en su carta, mientras una luz profundamente melancólica va envolviendo toda la ciudad.

El final de «Sabrina» —un final feliz— se resolverá, como no podía ser de otra forma, también en la ciudad de la luz. Y tendrá lugar, como no podía ser de otra forma, en el ocaso y en el amanecer de otro día, de otro hermoso y maravilloso día en la crepuscular ciudad de París.

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