OPINIÓN

¡Dos socialistas, dos! (y 2)

Miquel Pascual Aguiló | Lunes 08 de julio de 2019

Corría el año 1998 y Pasqual Maragall, exalcalde socialista de Barcelona, después de varios años sabáticos en Roma se dejaba convencer por el PSC para que se presentara de candidato a President de la Generalitat de Catalunya contra Jordi Pujol de CIU.

Sin encomendarse ni al mismo demonio y aun cuando ni era una petición del pueblo catalán ni de sus representantes nacionalistas, (vamos que nadie hablaba de ello) Pasqual Maragall, queriendo ser más papista que el Papa, más nacionalista que los propios nacionalistas, (una enfermedad muy propia de los socialistas catalanes y baleares) se sacó de la manga una propuesta que con el paso del tiempo se ha demostrado que era un verdadero despropósito, una verdadera ruleta rusa, aprobar un nuevo estatuto de autonomía.

Al principio hasta los partidos nacionalistas estuvieron en contra, por supuesto el PSC también.

El primer paso para lograr la reforma estatutaria fue un acercamiento entre el entonces aspirante socialista a la presidencia de la Generalitat, Pasqual Maragall, y el líder de Esquerra Republicana de Cataluña, Josep Lluís Carod Rovira el 21 de octubre de 1998, en un almuerzo propiciado por Pasqual Maragall. Maragall abrió la vía a la reforma al proponer la conveniencia de “añadir” al Estatuto de 1979 cuestiones relativas a la inmigración, la representación ante la Unión Europea y una Carta de Derechos sociales.

Pronto se sumó a la idea Iniciativa Verds. Y, viendo que la idea podía prosperar, en octubre de 2002, Artur Mas, entonces conseller en cap del Gobierno de Pujol, anunció también que propondría la reforma del Estatut en la legislatura siguiente, rompiendo así con la posición histórica de CiU

Pero el golpe de muerte al statu quo imperante en aquel momento en Cataluña, en relación al estatuto de autonomía, se lo dio José Luis Rodríguez Zapatero, candidato a la presidencia del Gobierno. Fue el día 13 de noviembre de 2003, en que visitaba Barcelona para tratar de dar el último empujón al PSC de cara a las elecciones autonómicas catalanas del domingo siguiente, con el objetivo de desalojar a CiU del poder tras más de dos décadas de pujolismo, que hizo su promesa, que el tiempo demostró que fue una imbecilidad y que no podría cumplir y ante las más de 16.000 personas que llenaban las gradas del Palau San Jordi, aseguró con toda la solemnidad de la que fue capaz y entre fuertes aplausos que “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”.

Una frase, diez palabras, que abrieron a Pasqual Maragall las puertas del Palau de la Generalitat (el llamado Pacto del Tinell, que tras las elecciones autonómicas de noviembre de 2003 desalojaron a CiU de la Generalitat, incluyó la formación de un gobierno tripartito entre el PSC, ERC e ICV-EUiA y el compromiso de reformar el estatuto) y le ayudaron a él mismo a atravesar las de La Moncloa cuatro meses más tarde, y de las que once años después admitió arrepentirse, como Maragall que años más tarde dijo que fue “un error” hacer esa reforma en vez de cambiar la Constitución, reforma que para muchos, está detrás de las reivindicaciones soberanistas que hoy apoya buena parte de la sociedad catalana y que acabó dando alas al independentismo catalán. El mal ya estaba hecho.

El PSC presentó el día 25 de marzo de 2003 en el parlamento catalán un documento titulado “Bases para el Estatuto de Autonomía de Cataluña” que planteaba la puesta al día del régimen de autogobierno vigente desde 1979. El líder del PSC, Pasqual Maragall, explicó que la propuesta se hacía “con la voluntad de generar “amplios acuerdos” en Cataluña, “una relación positiva y creativa” con España y una “presencia” en Europa acorde con la especificidad nacional de Cataluña. Las bases proponían una extensión de las competencias de la Generalitat y que su financiación se equiparara “a medio plazo” con las comunidades forales.

Comenzó, no obstante, una verdadera travesía del desierto para un texto que pretendía blindar las competencias en manos del Gobierno catalán y reconocer a Cataluña como una nación. Asuntos que, junto con muchos otros,como la circunscripción única para Cataluña en las eleccioneseuropeas o el control autonómico de puertos y aeropuertos, hacían imposible su encaje constitucional.

De aquellos polvos vienen estos lodos.


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