Que conste que he estado tentado de rodear el título de este artículo con sendos (ambos dos, como se dice actualmente por el Foro) signos de interrogación; así como el que duda; tal como el que pone en cuestión o vacila sobre si algo es verdad o no. Pues, vale, pues bueno, finalmente me he decidido por una simple aseveración, por algo que está totalmente fuera de titubeos, algo seguro, fijo, infalible: sí, señores, sudar es de un vulgar que cae por su propio peso.
Ya de entrada, debo afirmar que la transpiración -así, en grueso- es un signo indudable de mala educación; vamos, de pésima urbanidad. ¿Cómo se puede llegar a tolerar algo (cualquier cosa, animal o individuo humano) que, así, de bote pronto y de la noche a la mañana, chorrea? Es repugnante y repulsivo –o sea, cochino- pasearse por ahí rezumando un goteo de no te menees. Si uno tiene la mala costumbre de filtrar líquidos corporales, pues eso, uno se queda encerrado en su domicilio y aquí paz y después gloria. No se puede estar en misa y repicando.
¿Alguien de ustedes ha observado alguna vez a Su Majestad la Reina de Inglaterra echando fluidos por la sobaquera? ¿O bien a Penélope Cruz goteando sudores por su magnífico escote bañera? O, ya puestos, ¿al Primer Violín de la Orquesta Filarmónica de Berlín destilando acuosidades a través de la espalda de su elegantísimo frac? Nada, hombre, los sudores no están hechos para determinadas élites, ya sean aristócratas, latifundistas extremeños o neurocirujanos emparentados con tonadilleras televisivas.
Dios, nuestro Señor, creó la transpiración el octavo día dedicado a la Creación; una vez pasado el mal trago de tener que “crear” mazo de cosas terrestres y universales. ¡Un faenón de mucho cuidado! Y, además, el sudor fue engendrado para distinguir a los pobres de los ricos (en realidad, fue un elemento más de discriminación tras la racial, la de género y otras tantas).
Desde el Génesis, los obreros mundiales han sudado siempre que les ha dado la gana; sin contemplaciones de ningún tipo. El simple hecho de que los trabajadores sean desplazados en transporte público hacia sus lugares de trabajo ya implica una cierta sudoración; en el metro, sobre todo, la obligación de todo usuario es la de transpirar lo más “hondo” posible.
Ahora bien, los auténticos artistas del chorro corporal son los deportistas, entrenadores de fútbol incluidos (¡quién no recuerda las cavernosas axilas de Camacho, el seleccionador español, marcando territorio húmedo a través de una camisa estilo “cuevas de Altamira”!). Algunos artistas del ejercicio físico, además de las demostraciones de las más enérgicas impregnaciones y empapamientos anatómicos, lucen, a menudo, unos escupitajos de lo más chulos; de los que hacen época. El lanzamiento de un gargajo de medidas indiscutibles y solventes, por parte de un jugador en la cancha, visto a través de un primer plano televisivo es un espectáculo que ningún bien nacido se debe perder, al menos una vez en la vida. Ni que sea por la Pascua Florida. Algunos cocineros, dicen, también sudan la gota gorda encerrados entre sus calderas y fogones; lo que pasa es que no los vemos y tenemos que suponer, benévolamente, que el resultado de su transpiración no revierte en sus creaciones gastronómicas. O eso quiero creer...
Para terminar, quiero resaltar uno de los fenómenos más guarros y cochambrosos que va íntimamente ligado a la cosa esa del sudor: se trata dela exudación de la planta del pie cuando se produce la secreción húmeda y deslizante y roza con la parte superior de la chancleta produciendo, además, un especial chasquido deprimente.
Lo siento... No puedo más...